DELAY
No seguí respetando el balance.
Pasaron dos semanas desde que publiqué el último texto, en el que pregonaba bienestar, mejoría, autocuidado y Herbalife. Desde entonces me la pasé fumando porro y viendo streaming en la cocina. Todo se desordenó otra vez; o, mejor dicho, volvió a su estado natural.
Pasaron dos semanas, y no tengo idea de qué significa eso. La línea de tiempo se siente chiclosa. Miro para atrás y solo veo humo. No entiendo qué significan dos semanas en mi vida. Por mucho tiempo, lo concebí como ir al colegio diez veces, y una parte de mí lo sigue haciendo. Tampoco recuerdo qué pasó en estos quince días de diciembre en particular.
No sé cuántas acciones repetí. Ni cuántos seis gramos de porro le pedí al transa. Ni cuántas veces salí de mi casa. No vayan a creer que me sentí culpable al respecto. Esta vez no. En primer lugar, porque es diciembre. Yo siempre me relajo en diciembre. Creo que es porque nunca me llevé una materia y este es el momento del año en el que descansás porque te lo merecés. Y aparentemente, mi concepto del tiempo del tiempo fue forjado y fijado en primaria y todavía me percibo como esa nena. Vaya a saber en qué otros aspectos también, pero todavía no abramos esa puerta.
Diciembre. No se siente culpa en diciembre, se festeja. Uno se emborracha, se disocia, hace todo más deshinibido. La intensidad y el caos de este mes me dan calma, es el mes más genuino del año. En primer lugar, porque es el mes en el que nació mi mamá, la persona más honesta y real -en el sentido en que lo diría un trapero- que existió en este país. Por otro lado, porque la gente está cansada, harta y estresada por fin de año y las fiestas. Esto hace que todos tengan la mecha corta y sean más honestos con sus emociones. Yo, que vivo en un perpetuo estado de inestabilidad, miro fascinada a mi alrededor el acuario maniático en el que se transforma la ciudad. “Es así, pero después te acostumbrás” les quiero decir, pero ellos se van a calmar con el inicio del año próximo y me van a dejar sola de este lado del vidrio.
Por eso me gusta diciembre, y por eso no sentí culpa de haber hecho las cosas mal durante esta primera mitad del mes. Fui responsable en mi irresponsabilidad. Me entregué a los impulsos pero también cumplí con -casi- todo lo que tenía que cumplir. Para los demás, por supuesto. 2025 será el año en el que aprenda a cumplir conmigo misma también.
Sí recuerdo que acepté, durante estas semanas, mi soledad. Lo que siento con respecto a ella, recién ahora voy a poder empezar a desmenuzar. Antes me abrumaba, porque estaba peleada con la idea de ser una persona solitaria. Me forzaba a pensarme de otra forma: como un alma colaborativa, comunitaria, peronista; pero la realidad es que soy sola. Y me encanta serlo. Lo que no me gusta es ser individualista y egoísta, pero la verdad es que de eso peco cada vez menos.
How can I ask anyone to love me
when all I do is beg to be left alone?
Left Alone - Fiona Apple
“¿Cómo puedo pedirle a alguien que me ame cuando lo único que hago es rogar que me dejen sola?” canta Fiona. Y yo la escucho sobregirada, en mi escritorio, intentando encontrarme en letras de mujeres tristes que cantan en inglés. Y cuando Fiona dice eso, lo anoto en mi cuaderno y lo guardo para mí, con el criterio minucioso de un nene que levanta un caracol de la arena.
Cuando no puedo escribir y empiezo a tener miedo de perder la cabeza, me busco en las palabras de otras mujeres. Y durante estos días, me encontré mucho en Fiona. Porque es una mujer que está sola y a quién le cuesta mucho acercarse a los demás, especialmente a otras mujeres.
Desde que era chica, Fiona siempre sufrió de la competencia inherente al género femenino. La comparación con otras, el conflicto, y la sensación de sentirse perpetuamente un bicho raro -de chiquita, ella creía ser un alien- son un tema muy recurrente en sus temas. Y mientras Fiona evoca sus emociones al respecto, yo siento el patrón iluminarse adentro de mi tripa: la memoria emocional del conflicto -o la anticipación de él- con otra mujer. Lo reconozco inmediatamente: a mí me pasa lo mismo. Escuché muchas veces este disco, pero esta escucha es diferente y me hace entender algo nuevo. Veo, con claridad, que incluso en mis amistades más longevas, siempre tengo miedo de que la otra mujer me termine odiando. Porque en primaria siempre fue así; y después, también.
Mi experiencia en la primaria sigue siendo muy importante para mí. Sobre todo porque ahí es donde mi relación con otras mujeres empezó a cagarse.
The Story Behind Every Track on Fetch the Bolt Cutters - Vulture (Entrevista a Fiona)
Fiona Apple tenía 42 años cuando dio esa entrevista. Yo tengo 24 años y llegué a la misma conclusión un párrafo atrás. Hay una sensibilidad aniñada inherente a la mujer creativa, que hace que yo pueda escucharla y sentirme identificada con ella en tiempo real. Que también hace que yo pueda hablar con Bimbo y sienta que nuestras experiencias se reflejan, y nuestros dilemas se parecen más de lo que no. Que hace que sea una de mis amigas más cercanas, a pesar de llevarme casi veinte años.
En Fiona también reconozco mi sensación de constante dependencia a un hombre, y la experiencia de vivir con un trastorno mental. Fiona solo puede sacar un disco cada cinco años, porque el acto creativo le resulta exorcista, catárquico, obsesivo e insoportable. En esa entrevista de Vulture, compara la sensación que tiene cuando se le ocurre una melodía con la mismísima tortura.
Caminar, marchar y hacer hiking siempre fueron muy importantes para mí para poder pensar, y también para hacer música. Las hojas caen y yo piso los ritmos. Después, los ritmos siguen sonando todo el día. Esa es una de las razones por las cuales me lleva tanto tiempo sacar un disco. Si escucho lo mismo o hago lo mismo repetidas veces, no paro de escucharlos. (…) Es como la tortura. Así que tengo que evitar que mi propio trabajo me torture. Porque entonces me harto de él (…)
The Story Behind Every Track on Fetch the Bolt Cutters - Vulture (Entrevista a Fiona)
Quizás reconozcan esta relación conflictiva con el acto creativo en cierta escritora de Substack de sexo y frecuencia de publicación dudosos. Escritora que también sale a caminar para poder pensar. Esa mujer, la que se construye en sus mentes a base de mis experiencias de vida -y mi posterior trabajo quirúrgico de convertirlo en un conjunto de palabras, que en cierto orden causen ciertas emociones-, hace sentir identificadas a otras mujeres. Este ensayo me acerca a mujeres cuya tristeza es muy parecida a la mía pero con quiénes yo sería muy torpe al relacionarme, si las condiciones discursivas no hubiesen sido impuestas por mí de antemano. Fiona llega hacia mí a través de sus canciones, yo hacia a ustedes a través de mis palabras. Después estará en ustedes digerir lo suyo y hablarle las demás.
Necesito claridad y validación, y esto es lo que ustedes me dieron todo el año. Ahora no le hablo solo a mujeres -también hay putos, también hay travas, también hay muchos, pero muchos, pakis- pero siempre que pueda usaré el femenino. Estos son mis principios. Si no les gustan, tengo otros.
Escribo esto la noche del sábado catorce de diciembre de 2024, con ánimos de recapitular los días. Como una detective que intenta reconstruir los hechos y descifrar el momento específico en el que la estructura se derrumbó, para encontrar a los culpables. Porque yo corro y después paro a mirar, escribiendo esto, acá. Porque me muevo por impulsos, como una maquinaria de una tecnología precaria pero una mente que funciona con una tecnología milenaria.
Las estructuras se empiezan a armar y después se convierten en un humo que me envuelve, que me fumo, que soy yo. Estos últimos días tomé mucho Red Bull y pensé varias veces en comprar un gramo de cocaína. Todos los días me llega al telegram el aviso de que ❄️🥶LLEGO ELLA🥶❄️ , y por un segundo, lo considero. Nunca en mi vida tomé, ni siquiera vi falopa en vivo, pero mi lado oscuro -la pulsión de muerte que siempre está ahí, y que me dice “si vamos a abarazar el caos, vamos con toda; vamos al infierno escuchando Patti Smith vestidas de cuero”- me tiraba la idea. Si tanto asumís tu carácter de adicta, me dijo, entregate a una adición de verdad. Como si un bicho mío de Intensamente fuese Iorio, diciéndome “¿adicto al faso? Eso es de puto”. No asumo que soy adicta al porro. O sea sí, lo asumo, pero no quiero resolverlo. Me gusta demasiado. Y a la vez, lo odio. Y a la vez, lo amo. Pero vamos a recapitular.
30 de noviembre: “Publicar”.
Después de publicar mi último texto “Respect the balance”, me fui a la fiesta de fin de año de Blender. Comí un poco, y tomé mucho más. Y si bien la pasé bien, toda la noche tuvo un gusto amargo. Como no nos renovaron el programa, no compartía el espíritu festivo del resto. Traté de evadirme pero llevé mi nube negra conmigo toda la noche.
Hace unos meses me quedé dormida y falté a un programa de Las Inferiores y estoy pagando el precio hasta el día de hoy. Nadie me obliga a hacerlo, pero a base de pecado y castigo es que funciono yo. Produzco mucho, hago mucho research, me guardo pensamientos, opiniones y quejas porque hace unos meses me la mandé, y qué voy a decir yo. Esto es un mecanismo que se repite en mi vida, pero más allá de la tortura emocional que me produce, en el caso de Las Inferiores tuvo un resultado positivo. Me ayudó a salir aún más de mi zona de comfort, y me permitió redescubrir mi capacidad de improvisar, y recordarme cómo florecen las ideas en colaboración con otros artistas. Aún así, como mi ambición es desmedida y mis estándares para conmigo misma son de Hollywood, haber perdurado todo el año con una hora de aire semanal se siente como un fracaso. Que no me hayan “descubierto” y dado un puesto “superior”, se siente como si hubiese hecho mal mi trabajo. A la vez, sé que estuve a media máquina. No puse todo mi esfuerzo, y de eso saco una enseñanza. Produje los programas íntegramente las noches anteriores, escribiendo y haciendo research maniática durante horas, después llegando mal dormida y ansiosa pretendiendo que se cumpla la rutina al pie de la letra. Después, poniéndome tensa cuando no sucedía. Y era lindo, y divertido, pero nunca lograba fluir. Y no entendía por qué.
Hasta que llegó vino de invitado Osqui Guzmán - el 25 de noviembre, 5 días antes de la fiesta de fin de año de Blender-, y se produjo un antes y un después. No solo en Las Inferiores, sino en mi vida. Osqui me recordó la importancia del “sí”, la máxima más grande del arte de la improvisación.
Osqui: Mi profesor de kung fu era re severo. En la clase, me gritó ”¡usted! ¡Haga tal forma! ¿Se anima?” y yo le dije “sí”. Y él se sosprendió, y le dijo a mis compañeros “eso es”. “Cuando yo pido, ustedes avancen”.
Yo: Yo siempre pienso en la gente que dice mucho que sí como débil, y al escucharte a vos me parece que es más bien lo contrario. Hay una cosa de apertura en el sí.
Osqui: Y hay una apertura más poderosa y más contundente que es decirse sí a uno mismo. Cuando hay algo que no me gusta: es así, hay que asumirlo.
Las Inferiores de Blender, programa con Osqui Guzmán. (21:00 minutos)
Acepto que no me gusta el trabajo que hice en Las Inferiores. Recién ahora, que llegamos al final, puedo reconocer que no estuve a la altura. Que no vieron nada de todo lo que tengo para dar. Que tuve las herramientas y no las aproveché lo suficiente. Pero el sí empieza a alumbrar las telarañas de un año lleno de evasión, y recién ahora puedo ver el programa por lo que es. Y sí, este es el programa que hicimos. Y la verdad es que sí, me encanta.
Me gusta haber congeniado con gente que tiene las mismas inquietudes creativas que yo, y a quién terminé queriendo. Sí, estoy agradecida. Por Facu, que tuvo la idea del programa y me llamó para conducirlo junto a él. Por Jere, quién ofició de productor artístico, ejecutivo, emocional, y full-time amigo y roomate. Por el equipo increíble que una vez por semana hicieron todo eso que desconozco completamente y que hace que salgamos en vivo. Agradecida por Nahu, por Andy Fechi, por Fer, por Ayrton, por Nacho, por todos los huevos del mundo. Agradecida por APTRA, y por todos los invitados increíbles que tuvimos, por como -casi- todos se sumaron encantados al delirio. Por Beyoncé, por Luis Ventura, por mi vieja. Por Blender, porque me hayan dado el espacio para jugar, aunque no haya sido como lo soñé. Por suerte, la única parte que queda cuando me desarmás es determinación. Y sentir que me quedé corta no hace más que darme ganas de meterme el 2025 en el bolsillo, y que me vean hacerlo.
En la puerta de Makena, ya en la madrugada del primero de diciembre, no dejaron pasar a la parva de empleados borrachos de Blender que nos agolpamos a querer seguir escabiando. La gente empezaba a sugerir ir a Mamita, y pensé que llevar mi oscuridad al lugar más oscuro de la ciudad no era una buena idea. Me pedí un Uber, y viajé a casa, poniendo todos mis esfuerzos en controlar el mareo. Y cuando estábamos a unas pocas cuadras, el conductor pasó una loma de burro y se me llenó el buche. Le toqué el hombro, paró el auto, y gatié hasta la otra puerta con la mano en la boca. Abrí la puerta, la boca y largué todo.
1 de diciembre: “Domingo, otra vez”.
Los domingos, suelto. Esto está aceptado en mi religión.
Produje el programa del día siguiente de Las Inferiores. La invitada era Fio Sargenti, una comunicadora bárbara con una voz y un contenido únicos. Le tenía miedo porque la admiro y le quería caer bien, pero pensaba que ella me iba a odiar o que ya lo hacía. Tengo la teoría megalómana de que si alguien del medio hoy en día no me sigue en Twitter es porque me odia; si no me sigue y es mujer, me odia, si es hombre, le parezco insoportable y fea. Por lo cual me esmeré en producir un programa que le resulte divertido. Estoy casi segura de que no dormí hasta la noche siguiente.
2 de diciembre: Lunes, el día en que se trabaja.
No recuerdo nada hasta el programa, que salió fantástico. Desde que asumí que se está por terminar y dejé de intentar que sea otra cosa distinta, lo acepté por lo que es y todo sale mucho mejor. Fue una gran charla, muy divertida, y Fio no solo no me odió si no que me siguió en mis redes y ahora me da like. Lo cual significa que es mi mejor amiga.
A las ocho de la noche tuve mi sesión virtual de terapia lacaniana. Las últimas semanas lo veníamos haciendo los lunes a las ocho post-inferiores, porque era el único momento de la semana en el cual había total certeza de que yo iba a estar despierta. Después de los conceptos que surgieron de las sesiones anteriores (sumar bordes a mi vida; para eso, implementar la pausa; si no puedo pausar, distribuir, y a lo que hay que llegar, es a tener registro de lo que pasa), llegué con la tarea hecha. Le dije que había ordenado mi sueño, que había salido a ver el sol, que me la pasaba fumando porro pero que estaba haciendo cosas. Fuman, pero hacen. Yo estaba contenta, sensata, mejor. Ella me dijo que entonces era el momento de construir. “Es imposible construir a puro impulso”, me dijo, “recién ahora podemos empezar a pensar en eso”. Y terminé la sesión contenta. Hasta que empecé a pensar en qué era lo que quería construir, y me agarró una crisis existencial, y fumé porro hasta que me desmayé.
3 de diciembre: “MARCA DE NACIMIENTO”.
El martes seguramente me desperté tarde. Tenía psiquiatra a las siete, y a las ocho el evento del pre-estreno del disco “MARCA DE NACIMIENTO” de Plastilina. Eran siete y media y la psiquiatra no se había conectado al meet. Visto y considerando que las últimas tres sesiones las cancelé yo a último momento y se las terminé pagando igual, me puso contenta que me dejara plantada. Ella se deshizo en pedidos de disculpas pero yo le dije que, genuinamente, no pasaba nada. “Mejor”, pensé. Como dijo Juan Ruocco cuando sucedió lo de Luigi Mangione. “Una para este lado”.
Me vestí un poco trola porque creí que iba a ir uno con el que tuve un coqueteo de ojos. Me puse una blusa nueva, los pantalones que no están tuqueados, y hasta unas botas blancas con taco alto. Me vestí especialmente, porque los coqueteos de ojos son especiales. Son las interacciones con las que más me obsesiono. La gente con la que solo comparto risas y contacto visual sostenido. Obviamente, también son los vínculos más caóticos. Casi siempre el coqueteo de ojos está mal, y se da porque la otra persona está en pareja, como era el caso de este tipo. Mientras viajaba en el Uber, vi una historia que me confirmó que no iba a estar ahí. Después de la leve decepción que musicalicé con Phoebe Bridgers porque soy una teatrera de mierda, decidí que podía aprovechar el viaje en Uber para resolver el temita de querer cogerme gente que está en pareja. No es un fetiche que busco, pero es un patrón que se repite. Y eso también tiene que ver con mi mambo con las minas, porque el foco del tabú está puesto en que hay una tercera que no se está enterando.
No quiero elegir el caos otra vez, pensé. La monogamia no es un contrato social en el que yo crea. Me parece una farsa total. Pero no lo voy a solucionar cogiéndome casados. Y no estás probando ser mejor que nadie, Tatiana. Cuando llega la noche sos vos la que duerme sola. Además, leí que en la neurosis obsesiva, según Lacan, la compulsión está en volver imposible el deseo, para así poder perpetuar el sufrimiento. Y así auto-sabotearse sin fin, y quedar atascada en un loop de adulterio hasta el cajón. Y todo porque mi viejo cagó a mi mamá cuando yo tenía nueve años y cuando lo descubrí me gritaron a mí. “Dejá de ser tan trolita y traumadita”, recuerdo haber pensado, mientras apagaba una tuca con la punta de un taco ahora innecesariamente alto.
El evento me daba ansiedad social, pero por suerte, rápidamente encontré a Lichi y a Isa. Me refugié en ellos y pude socializar más fácil con el resto. Además, las personas se acercan a mí porque siempre estoy fumando porro. Me encanta tener algo para convidar. Me siento como cuando me mandaban al colegio en mi cumpleaños con una bolsa grande de caramelos.
Fue uno de esos eventos a los que van muchos artistas indies, nanoinfluencers (término que me hizo llegar Zabo), y mujeres del medio que me dan miedo y temo que me odien. Pero como también había barra, todo fluyó. Me compré unas papas fritas que oficiaron de merienda y cena, y posterior amortiguación de la marihuana y la cerveza. Pero cuando empezó a sonar el álbum, no necesité nada más.
Es difícil hablar sobre el arte que hacen tus amigos. Es una posición sensible, porque uno siempre quiere ser lo más objetivo que se pueda. La realidad es que tanto como Tomás como Paloma son gente a la que admiro mucho. Es un privilegio, realmente, ser amigo de ellos. Es también un patrón que encuentro en todos mis vínculos importantes. Amo a la gente porque la admiro, o admiro a la gente porque la amo.
Es un álbum precioso, que habla sobre ser joven, sobre estar caliente, sobre drogarse, sobre no aguantarse a uno mismo, sobre repetirse sin querer hacerlo, sobre ser empalagosamente fantasiosa. De a ratos, tiene una atmósfera de ensueños, y de a ratos es tenebrosa. De a ratos, bailás pop trolo de exelencia, y de a ratos, te ponés a llorar con la melodía más dulce y sencilla. Dura 28 minutos y el laburo me conmovió; reconocí cada pausa, cada armonía; me perdí en mis propios pensamientos imaginando cuánta deliberación habría llevado elegir tal o cual pabalra. Y sobre todo, admiré que lo hayan hecho.
La música es el formato que más admiro. Es el que más me gusta consumir, el que más me gusta hacer, el que más fácil me sale y el que más me cuesta. Me hice “conocida” por mis canciones, que son ridículas y a la vez, muy serias. Pero no soy constante, ni hago lo que tendría que hacer para grabar un disco -lo que sí estoy haciendo para escribir una novela- porque me da miedo no estar inmediatamente a la altura de lo que quiero estar. Unas semanas atrás Isa me preguntó si sacar música era lo que más miedo me daba hacer y le dije que sí, y me dijo “entonces es por ahí”. Esa es mi filosofía también. Y mientras recordaba esto, en una coincidencia casi cinematográfica, en el proyector apareció la palabra “deseo”. Y empezó a sonar la cuarta canción del álbum, una de las pocas que todavía no había escuchado. Duraba solo un minuto treinta y seis.
El tiempo pasa lento para los que esperan
Y con mis manos puedo apagar tus penas
Busco el diablo en el fondo de mi cartera
Nada me hace efecto, nada me acelera
Busco tu lado oscuro
Todos mis ídolos mueren solos
Deseo - Plastilina
Y pienso que yo también quiero sacar un álbum y llenar de locas un Niceto, que griten mis letras porque les pasan las mismas pelotudeces a mí. Porque son igual de ridículas y tienen la misma maquinaria precaria de tecnología milaneria. Pero también pienso que el deseo no tiene que ser un lugar al que llegar, sino el motor mismo. No tengo que moverme para llegar a Niceto, tengo que moverme porque me gusta. Tengo que volver a encontrar el juego que le reservé a las palabras en la música. Hubo un momento en el que yo sacaba tres canciones por semana, y eran todas improvisadas. Lo único que tengo que hacer es animarme. Y mientras sonaba una canción de Plastilina, lo suficientemente fuerte como para que mi mente empiece a imaginarse otros sonidos y a rellenar por asociación, en mi mente comenzó a sonar On I Go.
On I go, not toward or away
Up until now, it was day, next day
Up until now, in a rush to prove
But now, I only move to move
On I Go - Fiona Apple.
Voy, no hacia adelante ni escapando / Hasta ahora, era día, y después otro / Hasta ahora, hacía solo para probar algo / Pero ahora, solo me muevo por hacerlo.
Pero quizás mis fantasías son las que me hacen moverme, pienso. Y Plastilina canta una canción en defensa de ellas. Sí, soy teatrera. Sí, soy melodramática. Sí, me gusta disfrazarme e intentar que mis noches se parezcan lo más posible a las de las películas. Pero no se vive solo de fantasías. Esas vidas son lindas de leer en Substack, pero no tanto de vivirlas.
Y cuando empezaba a deprimirme, empezó el último tema.
No pensarte más cerca
Ni pensarte más lejos
Pensarte donde estás
Porque realmente ahí estás
No quiero que seas
Así me alcanza y está bien
dE oTrA mAnErA - Plastilina
Y lógicamente, pienso en Nico. Porque está lejos. Porque todas las canciones de amor, por ahora, se tratan de él. En la entrevista de Vulture, Fiona habla de cómo a veces escribe una canción sobre alguien, y a los años pasa a tratarse sobre otra persona; y después pasa un tiempo, y vuelve a tratarse sobre el primero.
Mencioné en algún texto que siento que Nico me hizo un amarre. Él me dijo que le pidió a Maradona, su Dios, una morocha, y que a las semanas aparecí yo. Según él que viviéramos a quince mil kilómetros de distancia no era más que una prueba de que el Diego me había enviado hacia él, haciéndole una joda macabra. Quizás intervino Maradona de su lado, pero del mío lo visualizo más como si una bruja me hubiese puesto una maldición al nacer. Esa bruja me condenó a tener una silla en mi cabeza que debe estar perpetuamente ocupada por un tipo. Y a veces es un romance breve y ligero, y es divertido. Y a veces se sienta mi ex novio, y es nostálgico y lloro un poco. Pero a veces se apaga la luz, y se sienta Nico.
En la última sesión con la psicóloga hablamos de él. Le dije que había logrado distribuir las charlas, pero que seguían siendo secretas. Me preguntó por qué. Le dije que me daba cosa hablar de él porque cuando me ghosteó en abril, antes de venir a Argentina, lo bardié tanto que ahora todos mis amigos cercanos, mi papá y mi hermana, lo odian. No quieren saber nada con él. Pero que a su vez, ahora me hacía bien. Que ambos habíamos llegado a la conclusión de que no íbamos a poder estar juntos nunca quizás, pero que charlar de vez en cuando nos hacía bien a ambos. Yo creo que genuinamente es así, le dije. Pero me hace dudar que todos lo odien, pienso en que están viendo algo que yo no. La psicóloga me dijo que lo de hablar de más era una enseñanza para el futuro, y que, por otro lado, tenía que empezar a confiar en mi criterio. No pueden definir los demás con quién eligís pasar tu tiempo, me dijo. Claro que para ella es sencillo decirlo. Si yo pudiera no preocuparme por lo que piensan los demás estaría programando Python.
Me preguntó que era lo que me preocupaba respecto a Nico. Entré en uno de esos rants rarísimos de terapia. Me empecé a trabar. Solo en terapia me pasa eso. Odio no saber qué voy a decir, cortar oraciones porque siento que estoy empezando a mentir. En la vida cotidiana, hablar me resulta fácil. Tengo el don de la palabra. En terapia, me entorpezco. En la vida cotidiana, mi nombre es Sofía. En terapia, mi nombre es Sam.
No sé qué me preocupa, le dije. Creo que no puedo dejar que fluya porque cuánto más me acerco, más se intensifica la idea de que vamos a terminar juntos. Y entonces, la psicóloga me detuvo y reconocí en sus ojos lujuriosos que había dicho una palabra con doble sentido. “Pero mirá que curioso ese equívoco”. Se reía, asentía con la cabeza y lo volvía a repetir. La miré, impaciente. Cuando terminó de pajearse, me dijo que tenía que relajarme. Que si me hacía bien hablar con él, lo haga, y distribuya las charlas, y me relaje.
Pero no sé si me hace bien, pensé. Y si estamos hablando de “construir”, no puedo construir nada con Nicolás. Vive en la otra parte del mundo. Tiene quince años más que yo. Es padre. Tiene, como el cura de Fleabag, una entidad mayor que requiere su absoluta devoción. Pero a diferencia del cura de Fleabag, él no me dijo que esto se me va a pasar. Él no se va.
No sé si me hace bien o me hace mal. Creo que no es la catársis sino el constante undertone romántico lo que me motiva a seguir hablando con él. También sé que esto es lo contrario a relajarme, pero cómo me va a mandar a relajarme a mí. Es como pedirle a un ficus que baile tap.
Sí, puedo hacer catársis con Nico, pero lo que recibo es un espejismo. Él se autopreserva, cuida palabras, yo me curo a mí misma, el medio siempre es virtual. Y de nuevo, si hablamos de construir, no hay nada que hacer. Él me dijo hace unas semanas “si no estoy con vos es porque no puedo” y yo escribo eso acá para probarles a ustedes que él también gusta de mí, que tiene sentido que esté encajetada con este tipo desde marzo. Pero la verdad es que no, no lo tiene. Pero la silla debe ser llenada. Así que cuando terminó la última canción, le mandé un mensaje.
4 de diciembre: “la gorda Bukowski”.
Llegué a mi casa como a la una. Tenía que tipear veinte páginas que había escrito para la novela los días anteriores. Le había dedicado quince minutos por día a escribir, flujo de conciencia style, para el capítulo dos. Tenía todo en un cuaderno, porque mi notebook no había querido prender hasta ese día.
Al mediodía tenía una reunión con Cata, mi editora, para finalmente empezar a cerrar el segundo capítulo de la novela y enviarle los dos primeros la editorial que está interesada en financiarla. El tiempo se me escabulló entre los dedos y recién me puse a tipear a las seis de la mañana. Rápidamente me di cuenta de que quería editar todo antes de que lo leyera Cata, y de que no iba a llegar a hacerlo. El laburo de edición me iba a llevar tiempo que simplemente no tenía. Ansiosa, seguí tipeando. A eso de las siete, vi aparecer el círculo con la foto de Cata en el borde superior del docs. Empecé a transpirar. Ella me había dicho que intente tener las últimas versiones de los capítulos listas unas horas antes de las reuniones, porque se levantaba muy temprano y ese era su momento de lectura. Cata se acababa de levantar y yo me estaba por ir a dormir. Pensé en el meme de Bart y Homero cruzándose, pero también me dio vergüenza que me vea haciéndolo a último momento. Pensé en que me iba a retar. Seguí escribiendo y al rato desapareció su círculo del docs. Pasaron unas horas y el círculo volvió a aparecer. Y con él, la ansiedad. Cata nunca cerró la pestaña del docs. Yo terminé de tipear, y me quedé haciendo tiempo hasta la reunión.
Al mediodía me conecté al meet con miedo. Cata me recibió contenta: “¡por fin!” me dijo. Yo no entendía nada. Me dijo que estaba muy feliz con el laburo que habíamos hecho. Sí, me dijo, no tiene la fineza del capítulo uno, casi como leyendo mi neurosis. Pero el capítulo uno tiene solo cuatro páginas, por eso fue hubo que editarlo poco; pero el capítulo dos acaba de pasar de tener cuatro páginas a dieciocho, me dijo. Y escribir es lo más difícil de todo. Una vez que ya hay contenido, podemos trabajar tranquilas. Ya tenemos las bases del capítulo. Estoy contenta, te felicito.
Me sentí bien. Salí de la reunión pensando en que iba a poder hacerlo. Que mi novela iba a estar bárbara, que iba a levantarme todos los días a las siete de la mañana y escribir por cinco horas, como hacían los escritores de verdad.
5 de diciembre: “ME CAGUÉ ENCIMA”.
Procuro no dejar pasar más de dos días sin llamar a mi abuela. Con mi papá y mi hermana es más fácil mantener contacto porque tienen WhatsApp y no me consideran un alma pecadora. Llamé a la abuela y hablamos un rato. Me despidió diciéndome que recuerde que el pior enemigo de uno es uno mismo y que si algo me hace mal, no lo meta en mi cuerpo. “Yo no tomo té, no tomo mate, no tomo alcohol, no tomo café, abrazo un árbol, y duermo como un tronco” “Sí, abuela”.
A la tarde me llamaron para confirmarme un trabajo en radio durante el verano -y, estimo, por el resto del año también-. Suspiré de alivio ante el atisbo de previsibilidad al inicio de 2025. Y estabilidad, quién te dice. Pasar de una cosa a la otra es algo que no me sucede seguido. Sentir alivio tampoco. Yo suelo renunciar a todo sin tener un plan B. Y en este caso, me ofrecieron el triple de sueldo que en Blender, porque es un programa diario. No solo es un plan B, es un desafío más grande.
Voy a ganar horas de vuelo. Voy a tener gente disponible para que clipeen mis intervenciones sesudas. Voy a construir una rutina, porque voy a tener que laburar todos los días de 9 a 12 a partir de enero. Voy a tener las herramientas y esta vez, voy a aprovecharlas. No tendré la misma libertad artística, pero es en la limitación es que yo crezco como un Yuyito González. Un dato gracioso: la radio es la misma que me iba a dar estabilidad a principio de este año y al final se terminó cayendo el proyecto. Por obra de la iluminación divina, decidí no ser caótica e irme en buenos términos. Gracias a eso, me volvieron a llamar un año después. Es una de las pocas veces que le agradezco a mi yo del pasado por haber tomado una buena decisión.
Al rato, leí la noticia de Luigi Mangione. El día anterior, había matado al CEO de una empresa de salud yankee. Aún no sabíamos que se llamaba Luigi Mangione. Su noticia me causó una sensación que me puso incómoda. Estaba leyendo sobre un asesinato y mi cerebro lo procesaba como si estuviese viendo a River salir campeón. Me di cuenta de esto, y de que estaba intercalando entre la lectura de un artículo sobre las inscripciones en las balas del -no aún- Luigi, y el libro “cómo provocar un incendio y por qué”. Pensé: soy un incel. Para intentar revertirlo, le hablé a mis amigas de San Miguel para reconectar.
Mis amigas más longevas son tres. Por temas legales, vamos a decirles Bombón, Burbuja y Bellota. Con Bombón me hice amiga en 2016, cuando ambas teníamos 16 años e íbamos al mismo colegio. Ella a la mañana y yo a la tarde. Ella era la mejor amiga de Mateo, mi ex novio, y me los presentó a él, a Burbuja y a Bellota.
Bombón rápidamente se convirtió en mi amistad más cercana, mi mejor amiga, aunque siempre estuve peleada con ese término. Porque elegir a una mejor amiga y que no te corresponda se siente peor que que no te elijan en handball, por lo cual con el tiempo tuve que empezar a restarle importancia a esa etiqueta y a todas las demás.
Nos hicimos muy amigas. En estos 7 años, con las tres pasamos muchas cosas. Mateo también estaba en el grupo, y de vez en cuando, personajes secundarios que participaban de algunas escenas. Pero durante el tiempo que conviví con Mateo, es decir todo el año pasado y principios de este, fuimos un grupo unido. Mateo y yo éramos como sus padres, y las chicas venían a contarnos sus aventuras, sus problemas, a jugar juegos de mesa y a comer lo que les cocináramos. Hacían lío y Mateo se quejaba, y se armaba una dinámica familiar que me hacía sentir que me había armado un segundo nido tan especial como el primero. Este nido me apañó y me hizo sobrevivir los primeros dos años del dueño de mi vieja.
Pero me separé de Mateo, y ellas quedaron de ese lado de la General Paz. Y si bien todos seguimos siendo amigos, los vínculos cambiaron. Hace unas sesiones, hablaba con mi psicóloga de mi pelea con el concepto de “grupo de amigos”. Le comentaba mi imposibilidad de acercarme a ellas y la distancia que sentía entre nosotras. Veo en historias de Instagram como pasa el tiempo y van haciendo cosas. Y cuánto más tiempo pasa, más me cuesta acercarme. Le dije que creía que Bombón me conocía más que nadie en este mundo, junto con mi hermana y mi difunta madre. Que sabía que íbamos a ser amigas para siempre, porque la hermandad que tenemos nos trasciende. Burbuja tiene un vínculo parecido con Bombón, que funciona como Sol del sistema solar que somos todos nosotros; y creo que conmigo también. También califica en el rol de “mejor amiga”, pero me cuesta más acercarme a ella si pasó algún tiempo. Me hago más la cabeza en lo que estará pensando porque ella, como yo, es obsesiva y susceptible. Pero con ella me río como con ninguna otra persona en la tierra. Con Bellota tengo un vínculo más áspero. Por épocas estamos muy cercanas, por épocas nos alejamos mucho. Somos muy parecidas y eso nos hace chispear, pero la amo con locura. Ella no es tan cercana a mí como lo es con las chicas y le dije que para mí, estaba enojada conmigo. Y entré en un rant de veinte minutos explicándole discusiones ficticias que me había imaginado con Bellota, y por qué yo siempre tendría razón. La psicóloga me dijo que todo se desactivaría si le mandaba un mensaje, porque en el silencio es donde hay lugar para rosquear y sacar conclusiones solo. Por otro lado, me dijo, el grupo del que hablas no existe. No hace falta que tengas tantos dilemas al respecto, simplemente ya no está. Es eso lo que tenés que aceptar.
Un golpe bien puesto. Con esto en mente, le mandé un mensaje a Bombón. Charlamos un rato, y quedamos para vernos hoy -domingo quince de diciembre-. Le hablé también a Burbuja, con quien no hablaba hace dos meses. Me respondió al instante e hicimos una videollamada de una hora. Hablamos de todo y salí mucho más contenta de lo que entré.
Cuando terminé de hablar con Bombón, le mandé un audio a Bellota diciéndole que entendía si estaba enojada y que era eso lo que percibía. Que yo soy fantasma, y desaparezco muchísimo tiempo; y que no me quería justificar, solo acercarme a ella. Bellota no me respondió, pero me sentí bien de desactivar la bomba del conflicto imaginario.
Y mientras cerraba un día de emociones y alimentos variados, en cuclillas en la cocina, y sin previo aviso, se me llenó el segundo buche. Y mientras iba hacia mi cuarto a buscar una tanga con la mano en la puerta de salida, concentrando todos mis esfuerzos en que nada salga, pensé algo: de vomitar en el Uber a cagarse en la cocina, eso es rango.
DENY
6 de diciembre: “Desequilibrada”.
Pasaban las horas y Bellota no me contestaba. Me fumé la madrugada, y cuando ya me empezaba a doler la cabeza, me senté a tipear páginas del capítulo dos que me habían quedado colgadas. Con el mismo envión, terminé de escribir el capítulo dos. No me gustó un carajo cómo quedó, pero recordé las palabras de Cata. Había sentado las bases sobre las cuales después se levantaría el resto del edificio. Las bases no tenían que ser lindas. Solo tenían que ser bases.
No pude sentir satisfacción de haber terminado el capítulo porque inmediatamente sentí ansiedad de todavía no haberlo enviado a la editorial. Pasé en limpio el timeline del nacimiento de la novela. En septiembre me habló la editora para decirme que me leía acá y que les interesaba financiar ficción mía. Yo primero pensé: no puedo, pero a la semana les envié una propuesta que era un loco -una novela de ambición Proustiana muy escasa de contenido-. El 3 de octubre me dijo que le había interesado pero que quería leer algunas páginas. Me paralicé. Entendí que necesitaba ayuda y contacté a Cata. Cata empezó a oficiar de maestra jardinera, psicopedagoga y editora. Decidimos que cuando tuviese los dos capítulos cerrados se los enviaría a la editoral. Me peleé con esos dos capítulos durante el proceso, de a ratos entré en el flow y me divertí, pero avancé poco. El siete de noviembre la editora me habló para preguntarme qué onda y le dije que en una semana se lo enviaba. Al día de hoy, todavía no lo hice.
Pensaba que aunque editara ese capítulo y lograra convertirlo en literatura decente, la editora me iba a decir era tarde. Se te pasó el tren. Ya no queremos leerlo ahora. Ya no sos relevante. Es una verga esto. Sos indisciplinada. No te vamos dar plata a vos. Sería ridículo.
Seguí fumando para callar las voces y escuché música, hasta que me quedé dormida.
Im spacing out
Im seeing silence between leaves
Chimacum Rain - Linda Perhacs
Me desperté y Bellota me había contestado. Me contó que estaba mal por otra cosa y que no tenía ánimos para charlar sobre lo nuestro, pero que no me preocupe porque era una charla que iba a terminar bien. Le dije que podíamos hablar de otra cosa, o de lo que quisiera, o de nada en absoluto. Que solo quería que sepa que yo estaba. Desde entonces no volvimos a hablar.
Me puse triste y recordé la enseñanza de Osqui. Sí, estamos distanciadas. Y eso está bien. O simplemente está. No significa que no nos queramos. No significa que yo esté sola en el mundo y no me merezca recibir amor y todas las mujeres vayan a odiarme para siempre.
Me di cuenta de que me había quedado sin antidepresivos. La farmacia queda a tres cuadras de casa pero no tenía plata para comprarlos. En Blender me esperaba en efectivo el sueldo del mes, pero no salía de casa hace tres días y no tenía intención de que eso cambiara. Pensé que el lunes iría antes del programa, temprano, a cobrar y después pasaría por la farmacia.
Planificar saltearme tres días el antidepresivo es un delirio. Al tercer día empieza a hacerme cortocircuito el cerebro y se me desequilibran todas las emociones. Esto lo sé porque me pasó varias veces durante los últimos años. ¿Por qué lo hice, entonces? Porque estaba fumada. Me acabo de dar cuenta, mientras escribía esto. No fumen porro, niños.
El resto del día no hice nada.
7 de diciembre: “Mucho Sexo Gay”.
El sábado me desperté tarde y me puse a hacer research sobre Damián Kuc, que iba a venir el lunes como invitado al anteúltimo programa de Las Inferiores. Produje las secciones y cuando terminé me quedé scrolleando en las redes sociales.
Cuando se hizo de noche, vi salir de casa a Jere bañado y cambiado, y pensé “yo también quiero hacer algo un sábado”. Isa me había dicho que iba a la Polenta, pero que esta vez no me podía conseguir entrada. No pude conseguirla por mi parte, así que empecé a decirme que tampoco la había pasado tan bien la vez anterior. Hay un VIP, y un VIP más exclusivo adentro, y eso Orwelliano. ¿Además, a qué querés ir? ¿A engancharte a alguien con más seguidores que vos? Trepadora.
Preferí coger con alguien de la plebe. Me puse a escabiar y subí una selfie beboteando a historias. Mientras veía que las personas importantes la habían visto y no le habían dado like, me sentí ridicula y expuesta. Al transa se le había roto el medio de transporte, me había quedado sin porro y me empezaba a dar nervios pensar que me esperaba una noche careta. En una, me responde un chabón “estás linda. Te paso a buscar?”.
Era un tipo que me había hablado por Telegram y me había ofrecido pagarme porque yo lo siguiera en Instagram. Me había dicho que estaba enamorado de mí desde que me vio en el show de talentos en Hay Algo Ahí, y unas cuántas barbaridades sobre querer ponerme en cuatro y meterme dólares en la tanga. Vivía en Uruguay y este fin de semana estaba en Buenos Aires. Yo hace una semanas lo había seguido en Instagram, gratis, y la verdad es que no me calentaba. Pero sí me daba curiosidad, y sí estaba borracha y muy sola. Le pregunté si tenía porro y me dijo que sí. Le respondí “venite a casa”.
La estiró veinte minutos porque pensó que lo estaba boludeando. Aproveché para tomarme una lata de birra en cuatro sorbos, y para ponerme un top y la pollera de colegiala. Quería pasar rápido a los bifes. Me preguntaba si él pensaba que era una sesión de prostitución y que tenía que darme dólares. “Ojalá”, concluí.
A la hora, apareció. Tenía el copete muy peinado. Tenía puesta una camisa y un pantalón campana y tenía una llave colgada en el cuello. No pasamos rápido a los bifes. Hablamos tres horas sobre arte y literatura. Nos reímos, pero él estaba muy nervioso, no había nada de ese chico que me había prometido ponerme dólares en al tanga. Me parecía chiquito, se hundía en el sillón, se distraía acariciando a mi gata, pero no me acariciaba la gata a mí.
Fumamos porro, y se distendió un poco. Finalmente me dijo “no sabía si ibas a querer coger hasta que entre y te vi con esa pollera”. Esperé que ese fuera al pie para que active y tampoco lo hizo. Impaciente, me tiré encima de él para chapar, y a los minutos lo llevé a mi cama.
No se le prendía el pene. Intentamos un buen rato pero no había con qué darle “es que estoy nervioso”, “es que tengo que procesar con quién estoy”, pero la concha de tu madre. Al rato intentó ponerse un forro y no tenía sentido. Se fue al baño un rato, y volvió con el pene prendido y plastificado. Festejé y me puse en posición, pero al tocar superficie volvió a desinflarse. Entonces, me quiso chupar la concha. Lo hacía con fuerza y era de esos que no entiende direcciones. Agarré el dildo a los diez minutos para liquidar la situación, y cuando estaba por acabar, se quedó sin batería. Decidí no matarlo, si no decirle que se vaya.
A los días lo dejé de seguir y me preguntó porque me había enojado. Le dije que no me había enojado, y no me respondió más. Entendió. Quizás parezca cruel mi impaciencia, pero you had one job. Recordé que Elisa Sánchez me dijo “amiga, nunca te cojas fans” y entendí que a veces hay que cometer -varias veces- el error para aprender que esas máximas se dicen por algo.
8 de diciembre: “Domingo, otra vez”.
Pero esta vez era especial. Era la última función del año de Impro al 2020 en el Cultural Morán, y las entradas se habían agotado. Éramos un elenco de catorce improvisadores que ya participamos previamente de Impro al 2020. Un planazo y un fiestón. El highlight de la semana.
La improvisación es mi rama del arte preferida y la practico desde los ocho años. Impro al 2020 me dió el espacio para volver a subirme a las tablas con un elenco increíble de gente con muchísimo más talento, experiencia y trayectoria que yo.
Además, llegaba con herramientas nuevas Después de haber hecho tanto research sobre Osqui -uno de los reyes de la improvisación de este país- y de haberlo entrevistado, sentí que por ósmosis había absorbido una nueva forma de encarar el arte de la improvisación. Osqui, en su charla ODA, dice que un improvisador debe vaciarse de sí mismo. Hay que despojarse del ego y simplemente prestar el cuerpo como una herramienta para las dinámicas que surjan en el escenario. Escuchar realmente lo que propone el compañero y decir que sí. No hay que guiarse por la risa del público, no hay que querer destacar: solo hay que estar presente y decir que sí.
Y llegué al teatro con mi valija llena de sueños. Pero esta vez, había como veinte monos en el camarín. Yo no había visto a ninguna otra persona que a mi gata en los últimos tres días, por lo cual sentí un poco de ansiedad. Había actores hablando entre sí que se conocen hace mucho más tiempo. Generalmente no llegamos a ser siete, y es más sencillo sociabilizar. Me puse aún más nerviosa al ver en vivo a Julián Doregger. Aún no había tenido el placer de conocerlo. Mi estilo de actuación está muy inspirado en sus performances en Cualca. Casi me cago. Esta vez, por suerte, fue figurativo.
Iti, el presentador del show, preguntó quién quería cantar. Siempre participé de la dinámica en los shows hasta ahora. Lo que más me gusta es improvisar canciones en vivo. Pero cuando empezaron a levantar las manos, no me animé a hacerlo. Y pensé que quizás era para mejor; iba a estar obligada a salir de mi zona de comfort y destacar en juegos de actuación. Pero Iti dividió el elenco en dos grupos, y yo quedé del lado de Julián Doregger, y volví a sentirme nerviosa. No sabía cómo seguir el consejo de Osqui y despojarme del ego, tenía una necesidad visceral e imperiosa de deslumbrarlo.
Salimos varios a fumar porro antes de la función, y nos quedamos en la escalera esperando que Iti anuncie nuestros nombres. Yo estaba en el primer grupo, y mientras todos reían, yo miraba, taciturna, hacia el frente.
Iti nos presentó y nos subimos al escenario. La gente aplaudió, e Iti anunció que íbamos a hacer un calentamiento en vivo todos juntos, los catorce. El juego se llama congelado, y voy a tratar de explicárselos sin que se tropiecen y vomiten. Empiezan dos improvisadores en escena, y todos los demás formamos un círculo alrededor de ellos dos. Los dos improvisadores improvisan una escena, hasta que uno de afuera aplaude y quedan congelados. El que ingresa, le toca el hombro a alguno de los dos; este sale, el nuevo toma su lugar y propone una situación completamente nueva, que está inspirada en la pose en la que quedó congelado el improvisador que está en escena. ¿Todos bien ahí atrás?
Iti preguntó quién quería pasar al frente, e inmediatamente dos improvisadores se levantaron del banquito y de un paso llegaron al centro del escenario. Pensé en si alguna vez yo llegaría a ser así. Y cuando me di cuenta, estaba mirando las escenas del congelado como una espectadora más. Me reía y tenía las dos palmas oponiéndose, amagando el aplauso, pero no me animaba a entrar a saltar la soga. En el congelado que habíamos hecho en el camarín también me había costado entrar. Finalmente, lo hice.
Línea. Risa. Aplauso. No me sacaron a mí. Aplauso. No me sacaron a mi. Aplauso. Me sacaron. Bien. Misión cumplida.
Siguieron los siete juegos de mi grupo. En las primeras escenas, me trastabillé. No me entregaba, no terminaba de componer personajes, rompía y me reía. Estaba a media máquina. Algunos chistes entraban muy bien, pero otros no. A la mitad del show, me di cuenta de que estaba muy ensimismada, que estaba racionalizando la actuación. Me relajé e intenté entregarme a la escena, pero ya era tarde. Sentí una mano en mi hombro derecho que me empujó hacía atrás y tomó el puesto en la escena. Era Julián. En este juego no había que tomar el lugar del otro, pero él había considerado necesario proponer otra cosa. Me disocié de mí misma y me senté mientras me reía con falsedad. Sobreviví al resto del show cumpliendo con lo mínimo e intentando pasarla bien.
Terminé agotada. Fuimos todos al camarín a chupar y comer. Isa había venido con su amiga Caro a ver el show, me dijeron que les había encantado. Les dije que había dado una función pésima y me dijeron que de afuera no se había notado. Nunca se puede saber si cuando te dicen eso es cierto o no, pero tampoco importa. Isa y Caro se fueron, y yo me quedé en la puerta del teatro. No tenía plata para tomarme un Uber y sabia que un domingo feriado el colectivo tardaría muchísimo en llegar. Me fijé en maps, y vi que tenía una hora y diez de caminata hasta mi casa. Me prendí un porro y emprendí la travesía.
Di dos pasos y me largué a llorar. Había puesto Kim Petras, pero cuando se desató la angustia lo cambié por Joni Mitchell. Caminaba y lloraba, con ruido, con mocos. ¿Por qué lloro?, pensé. Porque di una mala función, porque Julián Doregger piensa que soy una pete, porque extraño a mi mamá, porque quiero que alguien me ame. Quiero que alguien me abrace a la noche y me diga “no pasa nada, mi amor” y saber que realmente no pasa nada porque lo que importa es eso. Pero no tengo nadie. Porque no quiero. Pero me siento tan sola.
Caminaba por calles oscuras de Villa Urquiza que nunca había pisado, y de a poco se aplacaba la angustia. Al doblar en una esquina, vi un gatito sentado a lo lejos. Era una calle larguísima y me acercaba de a poco a él, pero él no se movía. Creía que mi mente me estaba haciendo un truco, porque la imagen era demasiado hermosa para hacer real: era un gatito muy pequeño y marmolado, sentando mirándome a mí. Tan lindo que podría haber pasado por dibujito animado. Me acercaba y lo veía cada vez con más claridad. Efectivamente, estaba viendo bien. Recién cuando estuve a tres pasos atinó a salir corriendo. Me agaché, despacio, y le estiré la mano. En dos segundos decidió que nos conocíamos lo suficiente como para frotarse en mí para siempre. Pude ver que tenía una colita de dos centímetros, y me puse a llorar de nuevo. Pasó una pareja y me miraron extrañados. Tenía que irme, tenía que seguir caminando, pero no le podía decir al gatito que no era por mi elección. Estuve un rato con él hasta que seguí viaje, y miré para atrás una sola vez. Me puso tan mal que no lo volví a hacer. Pensé en que no podía ser que esté llorando así porque un gato es chiquito y lindo. Y me acordé de que estaba en bajón post-función, que había tomado mucho alcohol y que no tomaba el antidepresivo hace dos días. Pero seguí llorando, porque me entristeció tenerle más compasión a un gatito random que a la nena huérfana que vive en mí.
Mientras caminaba a casa, me asusté. El camino era largo, incluía túneles, y era domingo feriado a la una de la mañana -entonces lunes, diría el nene nerd en la pijamada- y no había un alma en la calle. Bajé un poco el volumen de la música, apuré el paso y desactivé la cancelación de sonido.
Generalmente, las caminatas espontáneas que surgen de madrugada hacia mi casa porque no tengo plata para el uber, suelen ser un momento de introspección cinematográfico y muy bien musicalizado. Incluso cuando estoy triste es algo lindo. No fue el caso de esta caminata, este fue un viaje de terror. Veía cucarachas, caras sospechosas, y mucha, pero mucha basura. No sentía comfort sino miedo. Me recordó a la escena de Encantada en la que Amy Adams sale de la alcantarilla y llega a Nueva York. Ella piensa que está en un cuento de hadas y le termina robando el collar un linyera sin dientes. Decidí que si me robaban el celular, iba a redactar mis trece razones y a volarme la cabeza de un tiro en el anses. Apuré aún más el paso para evitar que así sea.
También me dolía el cuerpo del día anterior (el peor de los polvos, mediocre pero que te deja doliendo) y de la función, y cada vez que sentía cansancio lloraba porque creía que no me merecía estar cansada. Porque hace cuatro días no hacía nada. Y la noción de no sentirme merecedora del cansancio me hizo largarme a llorar otra vez. Sí, ya sé. Es insoportable. Ustedes lo leen en Substack, yo vivo acá adentro.
Finalmente, llegué a casa sana y salva. Agradecí, y me sentí aliviada. Caminar y llorar es una terapia muy eficiente. Me prendí otro faso, terminé de producir el programa con Damián Kuc y me fui a dormir.
9 de diciembre lunes: “MANÍA, PARTE I”
El lunes no escribí.
Me cambié, me compré un Red Bull y me fui a Blender. El programa con Damián Kuc salió increíble. Fue uno de esos invitados que entienden perfectamente la onda y se suman con total naturalidad. Nos reímos y la pasamos muy bien. Al final del programa cayó Andy Chango y contó al aire que una vez se fue de vacaciones a Pinamar con Patricia Bullrich. Después del aire, nos quedamos todos fumando porro y cancelé la psicóloga porque la estaba pasando muy bien en Blender, como sucede de tanto en tanto. Le dije que en la radio me requerían hasta las diez. Por suerte, creo que ella ni sabe lo que es el streaming.
10 de diciembre: “MANÍA, PARTE II”
El martes, no escribí.
Me pasé toda la noche despierta, fumando. Cuando se hicieron las seis, prendí Olga -ya lo puedo blanquear, no me renovaron contrato-. Cuando terminé de escuchar el segundo programa consecutivo, me vestí innecesariamente bien y me fui a cobrar el sueldo a Blender. Me quedé un rato esperando a que llegue la chica que labura en tesorería y vi entrar a Lilia Lemoine. Pensé en qué gracioso es mi trabajo, y una voz me corrigió “era”.
Cobré, salí de Blender y en la esquina me compré un vaporizador de frutilla. Seguí caminando y le compré un vidrio templado a mi celular nuevo. Pasé por el laverap, llevé ropa nueva y levanté la que había abandonado ahí quince días atrás. Pasé por la farmacia, me compré el antidepresivo y lo tomé. Con un efecto placebo, me sentí bien inmediatamente.
Llegué a casa, me comí una banana, y me pasó a buscar un auto para llevarme a un estudio de radio. Grabé un episodio de un podcast de Bimbo hablando sobre la adultez. Me volví a casa caminando, con las últimas. Cada paso era más pesado que el anterior. Pero hacía mucho que no me daba el sol en la cara tanto rato.
Llegué a casa, agotada, pasada, sobregirada, anonadada, desesperada / porque nuestro amor / es una esmeralda que un ladrón / robó. La gata hizo el ruido que significa que le está por agarrar el celo. No solo eso, sino que también le vi una pulga, lo cual significa que pasó un mes desde que le puse la pipeta y fuimos a hacer el prequirúrgico a la veterinaria. Las pulgas son muy puntuales. Me enojé con la gata y le cancelé el turno a la veterinaria -que ya le había cancelado cuando me dijo que la operación solo se podía pagar en efectivo, y le dije que tenía que esperar ir a cobrarlo a Blender-. Al rato me sentí culpable de enojarme con la gata. Yo soy la madre, yo soy la culpable. Me sentí muy culpable. La acariciaba y lloraba y le pedía perdón.
Más tarde, no lograba sacarme a un tipo de la cabeza y me puse a escribir el borrador de un tema. A las cinco de la tarde, drenada, me fui a dormir.
Miércoles 11: “MANÍA, PARTE III”.
Me desperté a las siete de la mañana y me pasé todo el día encerrada en mi casa. Tomé el antidepresivo y me puse a escribir para la novela, intentando cumplir con los quince minutos diarios (para los que recuerden de los textos anteriores, a los mensajes de “avancé” los abandoné por completo; me es imposible saber cuándo pasó un día y medio). Escribí media hora, las primeras páginas del capítulo tres. De siete y media a ocho edité el capítulo dos. Terminé puliendo cuatro páginas de las dieciocho. Pensé que era un buen trabajo. Decidí irme a hacer otra cosa para no aburrirme. No quería dejar que mi trabajo me torture.
Volví al borrador de la canción del día anterior porque no podía dejar de pensar en el tipo. De hecho, hice una playlist para mantenerme en el mood inicial de la película amorosa. Busqué una base sin copyright en Bandlab y después de un rato me decidí por una lo-fi. Me puse a improvisar con la letra que había esbozado, y empecé a grabar las voces. Se armó el single “carismático”.
Grabé el video y lo edité. Estuve cuatro horas seguidas en total hasta que terminé de hacer todo. El resultado me pareció buenísimo y decidí subirlo a mis tres redes, como hago cada vez que termino una canción. Pero me sentía particularmente orgullosa de ésta, como suele suceder cada vez que termino una canción.
Lo subí a Twitter, a Tiktok y quise subirlo a Instagram. Por tres horas, no pude, porque Instagram estaba caído. El timing parecía una joda. Me quedé durante esas tres horas -y todas las que le siguieron- pasando de red social en red social, leyendo comentarios, viendo quiénes le daban like, quiénes reposteaban, y si la vaga inspiración se daba por aludida. No sucedió.
Como el video no se viralizó al igual que el primero que publiqué hace dos años -y ese es el estándar de todos los que subo de ahí en adelante-, me deprimí. Finalmente, me dormí a la madrugada.
Jueves 12: “DEPRESIÓN, PARTE I”.
Me desperté, tomé el antidepresivo y me pasé el día fumando y escuchando música. No salí de mi casa.
Las horas se me escurrieron hasta que a las 23:45 me senté en la computadora para cumplir con los quince minutos de escritura diaria para la novela. Seguí escribiendo el capítulo tres desde donde había retomado. A los quince minutos, cerré la notebook. No podía enfrentar el capítulo dos.
Viernes 13: “DEPRESIÓN, PARTE II”.
Me desperté, tome el antidepresivo y me pasé el día fumando y escuchando música. Pensaba que no podía volver al capítulo dos ni aunque quisiera.
A las diez de la noche, sentí la necesidad de salis a caminar y tomar aire. Estaba encerrada hace tres días. Elegí un disco de Patti Smith y me fui a darle vueltas al parque, hasta que mi celular me dijo que cubrí mi cuota de ejercicio diario. Llegué y me senté a escribir para el capítulo 3 a las 23:26. Cuando cambió la fecha en la notebook, cerré el docs.
14 de diciembre: “DEPRESIÓN, PARTE III”
Me despierto y tomo el antidepresivo. En todo el día no escribo para la novela. Quiero editar el capítulo dos para mandarlo pero no puedo. Tengo que producir el programa final de Las Inferiores pero no quiero. Me pongo a escribir este Substack, y a las pocas líneas, me doy cuenta de que va a ser muy largo. Escribo una gran parte. A las once de la noche me armo un faso y salgo a caminar.
15 de diciembre: “DEPRESIÓN, PARTE IV”
Me despierta mi papá de una llamada por teléfono a las dos y media de la tarde. Arreglé en ir a verlo a mi casa. A él, a su mujer y a mi hermana. Iban a venir Bombón y Burbuja a mi casa, iba a pasar a visitar a mi abuela, y a la noche iba a visitar a mi ex novio. Mi papá se ríe cuando me escucha desperezarme y me dice que me espera con la pileta limpia. Corto la llamada, entro a Substack y edito en la cama mientras vapeo.
Son las tres de la tarde y recién tengo la crónica hasta el 1 de diciembre. Pienso en que podría reducirla pero me llevaría más tiempo reestructurar el texto. “Lo hago en el viaje”.
Como algo, me fumo una seca. Tengo que irme a San Miguel. Miro el precio del uber y sale 20 lucas. Tengo 24 en mercado pago, no voy a hacer eso. Tengo efectivo, igual. Pero es para castrar a Carmy, no voy a hacer eso. El uber hasta el Puente Saavedra sale cuatro lucas, eso voy a hacer. De ahí me tomo el 203 hasta casa. En el viaje escribo esto y produzco el programa de mañana. Cualquier cosa, mañana termino de editarlo en el viaje de vuelta.
Pero no puedo. No puedo irme a cambiar. Mañana sería el cumpleaños de mamá y no quiero ir a San Miguel. No quiero ir a ver la vida que ya no tengo, mi familia reordenada, mis amistades distanciadas, mi novio que ya no lo es, mi abuela que teme lo que me pueda hacer a mí misma. No quiero verdad, nunca quiero verdad. Me niego. Empecé diciendo que era lo que más me gustaba de diciembre, pero si es esta realidad, no la quiero. Quiero la realidad en la que mi mamá está al lado mío.
Les mando un audio a mi papá, a Bombón, a Burbuja y a mi ex novio. A cada uno explicándole por qué no podía ir y pidiendo disculpas. Ya cancelé muchísimas idas a San Miguel pero es la primera vez que digo la verdad de por qué falto. A ellos y a mí. Les dije a todos, llorando: no quiero ir. Me hace mal, no puedo, no estoy lista, no quiero. No quiero que así sea, pero es lo que siento. Eso inmediatamente me liberó. Recibí comprensión, preocupación y amor del otro lado. Querían llamarme y seguir hablando pero yo solo quise volver a sentarme a escribir.
DEFEND
No quiero que de estos textos salgan consejos compasivos. Quiero que no puedan despegar la vista de la pantalla imaginándose los escenarios sórdidos de la noche porteña que les voy relatando. Quiero que se rían, quiero que lloren, quiero que se sientan incómodos y quiero que piensen. Cada palabra está cautelosamente seleccionada para provocar una emoción, un beat, una reacción. Quiero que cada una de ellas suenen como una melodía en sus cabeza, la misma que me tortura a mí día y noche. Porque este caos, es enorme. Pero es calculado y es metódico. Y es mío.
No quiero que me digan “ya va a pasar”, ni que la lectora se quede con la idea de que en mí hay una tristeza romántica que, eventualmente, dará paso a una versión mejorada de mí misma. Porque no sé si hay una versión mejorada. Esto es lo que soy ahora, y no me interesa ser otra cosa. Este es mi manifiesto en defensa de la versión actual de mí misma, de mi verdad, y por ende, del caos.
Hay muchas cosas que no elijo y que me gustaría cambiar. Creo que soy bastante honesta al respecto en estos textos. No quiero ser adicta al faso. Cada vez que me quedo sin porro lo veo como una oportunidad de bajarme de la calesita. Pero al segundo vuelve a cegarme la sortija, brillante: un estado de iluminación y un pegue tan increíble, tan divertido, tan creativo, que hará que todo haya valido la pena. Una seca que me pegue como la primera vez que fumé. Y por eso me vuelvo a subir a la calesita. Pero nunca pasa. Y me doy cuenta de que perdí plata en pagar otra vuelta más, también perdí el tiempo, y por algún motivo, ahora tengo ojeras para siempre.
También me gustaría aislarme menos. Me gusta asumir mi soledad pero no quiero que mi comunicación con las personas sea tan intermitente y tan virtual. No quiero que me sea tan difícil acercarme a los demás y decirles la verdad; sobre todo, a la gente que me conoce hace más tiempo. Quiero dejar de mentir compulsivamente y de guiar las acciones de mi día a día por las ganas que tengo de hacer algo. O en realidad, sincronizar las ganas con la bigger picture.
Pero es mi realidad y me pertenece. El caos es mi naturaleza, mi ley. Podría haber dicho que me desbordó, pero no sería cierto. Lo que me pasa no es falta de control: es mi forma de estar en el mundo. Escribo esto desde un lugar donde todavía no tengo resueltas las cosas, pero donde sí tengo claro que no quiero que las cosas me resuelvan a mí.
No coincido con mi terapeuta en que no se puede construir nada a puro impulso. Este Substack es la definición de algo hecho a puro impulso. A puro impulso, acá estamos. A puro impulso, construí un programa de streaming que le puso el foco al contenido artístico y en el que entrevisté a gente increíble. A puro impulso y diciendo que sí espontáneamente, construí amistades. Así que sí, no es ideal, pero se construye en el caos. Bienvenidos a Acuario Maniático, población: uno.
Es mi forma de hacer las cosas, la forma en la que aprendí a hacerlo. Toda mi vida me va llevar descifrar “por qué” y quizás nunca lo haga, porque el lenguaje es una herramienta que se queda corta en esos temas. Según una aplicación astrológica, es porque me criaron en un ambiente inestable y mi mecanismo de defensa fue generar un mundo interno al que puedo escapar, pero que también causa que tenga el defecto de la actividad intermitente. Es terriblemente genérico, pero es cierto. Mi mamá tenía ataques de ira y se la agarraba con nosotros, y después pedía perdón. Aprendí a anticipar qué podía hacerla enojar e intentaba evitarlo, pero muchas veces era imposible.
Ahora la entiendo. Tenía dos laburos, un local, dos hijas, un marido-hijo, cuentas y deudas que pagar. Nosotras vivíamos en una nube de pedo y ella se ocupaba de mantenerla así, de alimentarla. Hasta que un día se enojaba y me decía “¡vivís en una nube de pedo!” y todo se volvía confuso. Y la perdono. Y la extraño tanto que podría sentarme y morirme de eso. Y estoy enojada, porque me cuidó mucho pero no me enseñó a valerme por mí misma, a plantarme, porque para eso iba a estar ella para siempre. Yo solo tenía que dejar que mi luz brille, que mi talento y mi bondad hablen por sí solos. No contemplaba que le agarre cáncer y se re cague muriendo y se lleve con ella el manual.
Mi vieja tendría sus opiniones, pero mal que mal, voy bastante bien. Si por algún motivo paga el wi-fi y lee esto, quizás se espante un poco, y la quiero dejar tranquila. El caos es mi método, ma. A falta de otro, agarré este. Las otras opciones son ordenarme o matarme. La segunda la consideré un par de veces cuando mi mente parecía haber ganado dominio total de mi vida, cuando te extrañaba tanto que irte visitar al vacío parecía la única opción razonable. Cuando sentí que finalmente la había cagado a un punto de no retorno. La primera, la intento todos los días. Pero en el medio, vivo en mi ley.
Mi mamá no se hubiese comido esas frases. Me hubiese dicho “sí, muy lindo, pero dejá de fumar porro y de hacer pelotudeces” y la cosa se hubiese acabado ahí. Yo no fumaría más, quizás estaría cantando en Rent. Pero esta es la darkest timeline. Y entiendo que puede ser frustrante leer a alguien repetir una y otra vez los mismos errores y exponerlo. Hay gente que me lee siempre y me dice que sienten que me conocen, me quieren y que se enojan al leer mis cagadas. Lo entiendo, viene del amor. También es justamente por eso que me aislo tanto y me relaciono tan poco con la gente cuando tengo que hablar de mí. Cuando no impuse las condiciones discursivas de antemano.
Este es mi método, porque es el que me sale, porque es lo que puedo con lo que me pasó. Así como el método de Luigi fue inscribir las balas con un mensaje, gatillarle tres veces al CEO y escribir su manifesto. Diciendo: todo esto está podrido, y son unos hijos de re mil puta, y yo voy a pagarlo para siempre pero primero ustedes, y el resto del mundo, me van a escuchar. Porque él no encontró más opciones, porque su violencia lo desbordó. Yo escribo para no matar a nadie, porque todavía soy pacifista. Aunque a veces veo noticias de Gaza y pienso que es un defecto.
Y mi vida no es linda, ni mi arte, ni mi cara, ni mis palabras. Pero provocan cosas. Y cuanto menos intento ser linda, y más me ocupo en provocar cosas, más me despliego. Más entiendo mi propósito. Más veo la dirección. Si tuviese que dar un consejo, sería a las feminidades y sería ese.
No sé cómo cerrar este ensayo. Me parece pertinente traducir las palabras de una mujer que me acompañó durante estos quince días de caos.
Ciertamente no estuve comprando zapatos nuevos
Y ciertamente no anduve esparciéndome
Todavía solo viajo a pie, y a pie, es una subida lenta
Pero soy buena para estar incómoda, así que
No puedo dejar de cambiar todo el tiempo
Me di cuenta de que mi oponente siempre está en movimiento
Y no va lento, así que no es para enfocarse, y me doy cuenta
Que él se va con cualquier guía, siempre y cuando
Vengan rápido de dónde el vino
Pero no es bueno para estar incómodo, así que
No puede dejar de permanecer exactamente igual
Si hubiera una mejor manera de ir, entonces me encontraría
No puedo evitarlo, el camino se abre detrás de mí
Sé amable conmigo, o tratame mal
Lo aprovecharé al máximo, soy una máquina extraordinaria
Extraordinary Machine - Fiona Apple
Bueno escribí como el orto, en fin, me dejaste re gagá.
Es diciembre, nos abrazamos….dejé de leer antes del recap, pero si a todo hermana….abrazo gigante