El año pasado hice un video para mi canal de youtube analizando el guión del primer episodio de Mad Men. Específicamente hice foco en el proceso creativo de Don Draper, el protagonista de la serie, que como bien se muestra en el piloto suele constar de un ciclo autodestructivo y una alternancia entre rotunda evasión/un viaje interno a lo más profundo de sus traumas. Me autocito, a fines de ilustrar que mi obsesión autoral y personal con el ciclo viene desde hace rato.
Una de las herramientas de simbolismo más grandes que emplea Mathew Wiener (el guionista de Mad Men) es Lucky Strike. Lucky Strike representa la mayoría de las ganancias de la empresa publicitaria (Sterling Cooper) para la que labura Don. Esto implica un riesgo muy grande: si pierden a Lucky Strike, Sterling Cooper entra en quiebra. A su vez, Lucky Strike es la marca de cigarrillos que Don fuma. O sea: fumar es la pasión de Don, es lo que más le gusta en la vida, pero también es su debilidad porque es una adicción. Es peligroso que Don trabaje para Lucky Strike, que se dedique a la publicidad en sí, como también es peligroso que fume. Porque la publicidad lo hace refugiarse en mentiras y caer una y otra vez en el ciclo (impedimento creativo, revisitar traumas, placeres cortoplacistas y autodestructivos a los que recurre para evadir esos traumas, epifanía creativa y pitch) y no enfrentarse nunca realmente a sus demonios. Y el cigarrillo, bueno, da cáncer. Pero qué bien le va con Lucky Strike y qué bien le queda el cigarrillo.
El guión de Mad Men - Anacleta Chicle
Como en todo, hablaba de Don pero hablaba de mí. El ciclo me obsesiona en la ficción porque es algo que atravieso en carne propia. Estas últimas semanas estuvieron teñidas por mi ya rutinaria reclusión social y evasión del mundo exterior a través de la marihuana, pero también tuve un pseudo brote que concluyó en que me suba a un taxi y vaya a declararle mi amor, completamente fuera de lugar, tiempo y espacio a una persona que amo y que me rechazó con la más grande sensibilidad y sensatez. Esta persona me aclaró en tres oportunidades: no escribas un substack al respecto.
Mi constancia en substack estaba sostenida en el rito exorcista mediante el cual escribo estos textos. Pienso sobre un tema, le doy vueltas al asunto, luego lo escapo hasta que me revienta en la cara, me expongo a mi oscuridad, a mi vergüenza, a mis falencias más temidas, y, en lugar de ir a terapia o hablarlo con un amigo, lo convierto en un pseudo ensayo yoico que mezcla varios géneros y que me hace ganar lectores, oportunidades para escribir más y testimonios de gente que se reconoce en mis palabras y que halaga mi escritura. Todo mientras fumo sin parar, porro y pucho, y mientras vivo de noche y duermo de día. Por eso luego de publicar un texto por semana durante un tiempo, recién estoy volviendo a escribir luego de diecinueve días de hiato. Solo un límite externo bastará para pararme.
Este venía siendo mi modus operandi para escribir los textos de substack, pero cuando me alejo un poco descubro que mi proceso creativo fue siempre un poco así. Es la única manera en la que sé escribir. Es lo que Julia Cameron, traducida al español latino, definiría como “escribir a borbotones”. Es lo que Jere me dijo un día en nuestra cocina, mid-intervention, cuando hablaba de mi substack “vos y yo sabemos que a esos textos los vomitás”. Lo único que detuvo el vómito fue un límite de afuera. Alguien que quiero diciéndome “basta”. Sobre esto no escribas.
Si estoy escribiendo ahora, es porque esa declaración de amor ya no es el tema más acuciante en mi psique. El hecho de que no pude escribir al respecto -sí lo hice, no pude publicarlo- me volvió a revelar algo que ya sabía: que la constancia de mis publicaciones estaba sostenida en una estructura de papel. Y mientras que superaba la vergüenza por exponerme tan vulnerable ante él y el dolor del rechazo, pasó a ser el principal tema en mi mente mi proceso creativo y mi pulsión autodestructiva. El ciclo en el que estoy sumida hace ya tiempo y al que no le puedo escapar, únicamente puedo sublimarlo en piezas artísticas de distintos formatos. Es un proceso que me es profundamente doloroso, pero que a la vez, siempre termina valiendo la pena. Este texto es mi vómito al respecto: sobre cómo até mi sufrimiento tan profundamente a mi arte, y yendo más allá, a mi identidad, al punto que un día descubrí que la única que estaba causando ese sufrimiento era yo. Dañándome para después darle significado. Este texto podría haber sido un tuit con una foto de Don Draper diciendo “soy ese”.
Como dijo Diane, cuando Princess Carolyn le preguntó por qué era tan importante que publique su libro autobiográfico:

Yo no quiero escribir los textos de substack, tengo que hacerlo. Necesito darle significado a todo esto. Pero la idea de que el arte implica sí o sí sufrimiento, de que el rockstar tiene que ser adicto (soy ese), el poeta suicida (soy ese) y el comediante depresivo (soy ese), ya me sabe a poco. A la vez, me identifiqué tanto con mi daño (el trauma de la enfermedad y muerte de mi mamá, mi salud mental de sexo dudoso, mis múltiples adicciones, etc.) que ya no sé cómo salir de esta lógica. Escribo vomitando y a costa de mi propio bienestar. Soy esclava de mis impulsos, pero no puedo cambiarlo. O mejor dicho, no quiero. Prefiero publicar alto substack y recibir la dopamina de las felicitaciones posteriores. Pero no se puede vivir únicamente para contarlo.
Gracias a estos textos me hablaron de una editorial muy grande diciendo que estaban interesados en financiarme una obra de ficción. La lógica substack no me permitió escribir más que unas pocas páginas, con potencial, pero incoherentes. La editorial no me ofreció un contrato por ese borrador, me respondieron “tomá la risperidona, gorda”. Pero sí me pidieron que mande más. Le pedí ayuda a una amiga editora, Cata, que me lee acá y sé sumó al proyecto.
En la primera reunión que tuvimos el jueves, Cata me corrigió algunas ideas y me orientó respecto a otras. La nota sobre la que más me quedé rumiando fue que escatimo mucho en descripción. Escribís para la pantalla, me dijo. Los diálogos son bárbaros, suenan como si fuese gente real hablando entre sí, pero estás guionando. Al rato de que cortamos el meet me acordé de que mi profesor de Taller de Guión I en la ENERC, nos dijo en la primera clase “olvídense de escribir ficción. Nunca más van a poder hacerlo”. Recuerdo sentir en ese preciso momento una imperante necesidad de escribir ficción, después de haber publicado una película que me pruebe como gran guionista. Solo para cerrarle el orto.
Sin embargo, para el final de la clase ya estaba enamorada de él. Siempre me enamoro de los profesores. Lo admiro mucho intelectualmente y como guionista, por lo cual tomé todo lo que me enseñó como una máxima. Al igual que Carmy, cuando en el primer episodio de la tercera temporada de The Bear redacta los “no-negociables” del restaurante, basándose en lo que le enseñaron sus docentes -muchas veces acompañados de agresiones- y se adhiere a ellos a rajatabla, yo respeté la máxima del profesor y no escribí ficción en estos cuatro años.
Con la nota de mi editora descubrí que el profesor tenía razón. En el sentido de que, desde que salí de la ENERC y comencé a trabajar como guionista, adquirí el oficio y las mañas de uno. Me despojé de la omnisciencia, me enfoqué en la estructura y en la pantalla. Escribo imágenes. Soy buena haciendo eso, justamente porque abandoné todo lo otro.
Mi editora me dijo que para laburar con ella me ponga como meta escribir, como mínimo, quince minutos de lunes a viernes. Más allá de que escribas esta novela, me dijo, quiero que generes oficio. “No creemos en los raptos creativos, en estar a merced de las ideas, creemos en la disciplina, la práctica y el oficio”.
Después de eso, delineamos las escenas que conforman el primer capítulo y me mandó a escribir. En quince días nos reencontramos para ponerlo en común, y enviárselo a la editorial. Después seguiremos con ese ritmo, me dijo, y voy a sacar a razón de un capítulo cada quince días.
El jueves, post reunión, no escribí. El viernes tampoco. Pasaban las horas y yo seguía viendo videos de Martín Cirio y fumando porro. Finalmente, después de cuatro días, tuve que salir de mi casa para irme a Futurock a promocionar el show de este domingo 13 de octubre de impro al 2020 en el Cultural Morán a las 21:00 entradas link en mi perfil, y me volví a casa caminando. Como perdí los auriculares en el taxi que me tomé para hacer la infame e impulsiva declaración de amor, ahora estoy obligada a escuchar mis pensamientos. Las implicaciones poéticas se las dejo a ustedes. Hice la caminata de dos horas de Futurock a mi casa fumando porro y pensando sobre el libro. Llegué a varias conclusiones y se me ocurrieron más ideas, me envié audios larguísimos teorizando al respecto, y decidí que eso contaba cómo escribir quince minutos. Recuerdo distintivamente que Cata dijo “lunes a viernes”. Como hoy es sábado, decidí volver a escribir para substack. La culpa por no estar escribiendo para el libro en los días de semana también me impedían sentarme a escribir esto. Hoy no tengo drama.
Siempre hago cosas para probar algo. No entiendo si a mí o a quién. Pre-declaración de amor le decía a mi partener que sentía que desde que murió mi vieja, perdí el propósito. Siempre quise mostrarle a ella que podía pegarla, que podía ser una gran estrella, que podía ganar lo suficiente para que toda mi familia viva cómoda y tranquila por generaciones y devolverle así el apoyo incondicional que le dio a mi arte desde que tengo la capacidad del habla. Mi vieja se enfermó y no pude darle los mejores médicos; de hecho, por el azar de la salud pública, nos tocaron de los más incompetentes. Se murió y no vio el moderado reconocimiento que recibí después. Quería que ella vea que el mundo también pensaba de mí lo que ella siempre dijo que yo era. Mi motor era probarle a mamá que todo lo que había hecho por mí había valido la pena. Entrar a la ENERC fue lo más parecido a eso que pude experimentar.
Mi vieja me regaló El camino del Artista en la navidad de 2020 y concluí en que quería ser guionista. Venía ignorando mi vocación creativa desde que terminé colegio en 2017, sintiéndome una fracasada por no haberme egresado famosa. Gugleando dónde estudiar guión, la ENERC me convocó: no sólo podía aprender todo lo que quería, gratis, sino que también podía experimentar la sensación que busqué toda mi vida: la de quedar en algo. Que me elijan en un grupo selecto por mi talento y mi gracia.
Abandoné comunicación social después de tres años, me asumí artista, y poniendo mucho énfasis en el prestigio y en lo selectivo del proceso de la ENERC, me puse a estudiar como una demente. El ingreso a la ENERC es lo más cercano a una meritocracia que puede existir: hacés una evaluación, quedan los treinta mejores promedios. Haces un coloquio, quedan los diez elegidos. Recuerdo patente el día que leí mi nombre en la lista de esos diez. Salí corriendo de mi casa y me fui al almacén de mis viejos que queda en la esquina. Me paré en la puerta. Mi mamá estaba atendiendo, y me miró a través del vidrio, abriendo los ojos como ella lo hacía, preguntándome con la mirada “¿y?”. Yo empecé a saltar. Dejó a la clienta a la mierda y salió corriendo a abrazarme y llorar.
En mi propósito artístico siempre hay algo de querer pertenecer. Mi mamá todo el tiempo contaba la historia de cuando me llevó a mi primera clase de baile a los 3 años porque “ya veía algo en mí”. Decía que entré y le dije a mi profesor Hugo, el bailarín de Caramelito, “yo vengo acá porque quiero estar en la tele”. No me acuerdo de haber dicho eso pero forma parte de mi identidad por las incontables repeticiones de esa anécdota por parte de mi mamá. Lo que sí me acuerdo es que cuando me llevó a ver una obra de comedia musical a los 7 años, yo quedé embobada. Eufórica, eureka, eutanasia. Le dije “mamá, quiero estar ahí”. Al año siguiente, me mandó a comedia musical y no paré de tomar clases desde entonces. También me llevó a cuanto casting se cruzó en nuestro camino, hasta que después de años le pedí que no me lleve más, porque el rechazo ya se había vuelto doloroso.
Tiene sentido que la identidad de guionista sea tan importante para mí. Sobre todo porque ese año que estuve en la ENERC, hasta que mi vieja se enfermó y tuve que dejar para encargarme de ella y del almacén, recibí una educación invaluable. Tuve profesores que me vieron y alentaron mi delirio específico. Mi docente de Guión 1 Sol Pérez (esa no) me enseñó todo lo que sé respecto a narrativa. Entendió mi pire, y me recomendó libros de comedia, por fuera de lo que trabajábamos en clase. Cuando hice mi primer pitch en clase, me dijo “eso es directamente un stand up”, y me dio la confianza para, un año después, sacar videos que pretendían hacer reír. E incluso después de salir de la facultad, pude empezar a laburar de guionista y a sustentarme en base a eso. Mis docentes y mis compañeros me enseñaron tantísimo sobre el oficio del guionista. Me enamoré de él. Pero la idea de estancarme en una sola disciplina, me agobia. Por más de que en ese momento yo creía que me iba a dedicar toda la vida a escribir guiones y nada más -esas ideas absolutistas me ordenan, porque yo soy toda determinación y nada disciplina- la verdad es que soy una trovadora. Y ahora, me toca ponerme el traje de escritora de ficción. No tengo idea de cómo va a salir esto. Estoy re fumada hace un año. Todo el tiempo estoy desencajada de la realidad, y si no me rescato un poco, va a ser inviable. Porque tarde o temprano, por más de que parezca que así puedo hacerlo, termino faltando a algo o fallándole a alguien, y todo explota en mi cara.
En la introducción del libro El Camino del Artista, Julia Cameron cuenta el origen de las lecciones del curso de rehabilitación creativa:
¿De dónde vinieron esas lecciones?
En enero de 1978 dejé de beber. No es que antes pensara que era escritora gracias a la bebida, pero de pronto dudé de si podría seguir escribiendo sin ella. En mi cabeza beber y escribir habían estado tan ligados entre sí como… en fin, como el whisky y la soda. Para mí el truco era siempre superar el miedo y aterrizar en la página. Trabajaba a contrarreloj, intentando escribir antes de que la niebla del alcohol se espesara del todo y la ventana de mi creatividad se bloqueara de nuevo.
Con 30 años y con una sobriedad abrupta había conseguido una oficina en la Paramount y una carrera profesional construida a partir de esa clase de creatividad. Era creativa a trompicones. Creativa por disciplina y por ego. Creativa en nombre de otros. Creativa, sí, pero a borbotones, como la sangre que brota de una carótida abierta. Llevaba una década escribiendo y lo único que sabía era lanzarme de cabeza y sin garantías contra el muro de todo cuanto escribía. Si esa creatividad tenía algo de espiritual, lo era únicamente en su semejanza a una crucifixión. Caía sobre las espinas de la prosa. Sangraba.
No quiero sangrar más. Y si fuese por mí, como comprobaron estos seis meses de independencia en la gran ciudad, me la pasaría sangrando. Lo único que logra que yo rompa el ciclo son los límites. Últimamente, veo los límites como algo precioso. Siempre me fascinó la inmensidad, el potencial de crear mundos de la nada, la fiesta, las emociones fuertes, las experiencias border. Pero encuentro que cada vez que recibo un límite, crezco. Me enfrenté al límite de no poder ganarme un contrato con una editorial por mis propios medios. Me dispuse a compartir mi proceso de escritura con una editora que me da su opinión sobre mi escritura y me prende una luz que me da dirección; me muestra mis puntos fuertes y débiles y me ofrece compañía durante el proceso, nuevo y desconocido, de escribir una novela. Descubrí, una vez más, que el arte no es sobre uno, y que la colaboración es imperiosa. Me enfrenté al límite del pedido de no exposición de la intimidad por parte de un otro, y me obligó a descubrir por dónde realmente estaba pasando mi ciclo. Cuáles eran las bases de mi arte. Me enfrenté al límite de un “no” por parte de alguien al que le declaré mi amor segura de que recibiría un “sí” en el acto, y me enfrenté a mi soledad. Sin embargo, cuando esa misma persona unos días después me compartió una canción con el mensaje “lo que buscás está en vos”, recordé que en ese límite mismo, estaba el amor.
Tus textos son preciosos. Gracias por compartirlos 🫂
Me encanta leerte, Sofi. Por favor no dejes de escribir