Los bordes
No sé cuántos días atrás -hace rato perdí la noción del tiempo y no la puedo encontrar, si alguien sabe algo de algo que me avise- tuve la segunda reunión con Cata, mi editora. No es que me edite a mí, sino que edita mi novela. Si leyeron el texto anterior quizás recuerden que en la primera reunión que tuvimos ella me dio una sola instrucción.
(...) me dijo que para laburar con ella me ponga como meta escribir, como mínimo, quince minutos de lunes a viernes. (...) “No creemos en los raptos creativos, en estar a merced de las ideas, creemos en la disciplina, la práctica y el oficio”.
No lo hice. Escribí nada la mayoría de los días y muchas horas consecutivas algunos otros. Creo que esa es la definición de creer en los raptos creativos. Si googleas “estar a merced de las ideas”, te aparece una foto mía. Probablemente en concha.
Además, escribí en manuscrito porque durante esas semanas mi computadora había decidido dejar de funcionar. A veces hace eso, se pone histérica y se apaga durante unos días para llamar la atención. Como creo en la equidad, trato a mi notebook como un tipo trataría a su Clio. La personifico como mujer, le digo piropos, la decoro con dibujitos de colores de las cositas que me gustan y me representan; y cuando hace berrinche, me voy y dejo que se le pase a la loca de mierda.
El día anterior a la segunda reunión, Cata me mandó un mensaje para decirme que no estaba viendo nada nuevo en el documento. Cuando lo leí, me fui a fijar y la notebook estaba prendida. La cantidad precisa de tiempo es vaya-uno-a-saber-cuánto. Le dije que lo había escrito a mano y que procedería a tipear todo. Y a contrarreloj, lo hice.
Caí a la reunión sobregirada, como Chano yendo a rendir un parcial. Empezó bien: me dio algunas críticas constructivas y me mostró dónde estaba el potencial. La mayoría de sus notas eran confirmaciones de pensamientos que yo ya había tenido acerca del texto, y eso me dio aún más confianza en mi criterio; pero justo cuando creía que iba a salirme con la mía, Cata, quien me lee acá, me conoce hace unos años, y ya no se come mis mentiras, me fue al grano. “No quiero hacer de niñera” -no es la primera vez que lo escucho este año, sin contar fetiches- “pero pensé un esquema para que podamos avanzar con la novela”. El esquema consta de que yo le mande un mensaje cada día y medio diciéndole “avancé” o “no avancé”. Puedo ampliar o no, pero el mensaje es obligatorio. “Si recibo varios “no avancé”, te voy a tener que hacer la pregunta: ¿estás segura de que querés escribir esta novela? No hace falta. Pero sería un desperdicio que no lo hagas”. Sí, obvio que quiero escribir esta novela, le dije. Una de las pocas cosas que sé que quiero es escribir esta novela, le dije. Bien, me respondió. Entonces, sigamos. Yo traté de expresar la gratitud que siento de tenerla conmigo en este proceso, por su tiempo y paciencia. “Gracias por hacer un plan especial para drogadictas ociosas como yo” le dije. “De nada” me dijo. Y de ahí en más fue bautizado como PEDO.
Unos días después tuve la segunda sesión con mi psicóloga lacaniana. Los psicólogos lacanianos son esos que cortan la conversación cómicamente rápido porque “dijiste una palabra clave”. Y vos te vas de la primera sesión y te quedás pensando en esa “palabra clave”, y en que no sabés si la palabra es realmente clave o es completamente aleatoria, y sos vos el que está asociando la interrupción de la sesión con una revelación importante; y por un método casi pavloviano, vas a seguir yendo, reflexionando acerca de palabras random hasta el día que te mueras. Y después pensás en por qué estás tratando de descubrir los trucos de tu nueva psicóloga como si se tratase del show de un mago en la peatonal de Las Toninas. Y entonces te relajás, y ponés tu psique a su disposición, porque como bien dijo María Becerra,“cuanto más cosas se puedan poner en automático, mejor”, o algo así.
En la primera sesión, le di play a mi versión corta de todo-lo-que-anda-mal-conmigo.mp4, y la psicóloga me detuvo cuando dije la palabra “límites”. La cambió a “bordes” y me mandó a la vida a buscarlos. “Ah, y me agarraste justo yéndome de vacaciones. Nos vemos en quince días”.
Los próximos quince días se representan en la difusa línea de tiempo de mi mente como el pre viaje a Rosario, el viaje a Rosario y el post viaje a Rosario. El viaje en sí solo duró tres días, pero tuvo un gran impacto en mí, por diversos motivos. Apenas llegamos, fuimos con Facu a Palabra Santa, el programa de streaming en el cual hice mi primera columna radial. Fue uno de mis primeros trabajos en un medio -que resultó ser lavado de guita de unos políticos, but then again who isn’t- y, aún más importante, es el programa de mis amigos. Me revolvió muchas cosas estar ahí con ellos. Recordar cómo era mi vida un año atrás, cuando vivía con mi ex y me conectaba los lunes al programa para hacer mi columna, el “Fabuloso Noticioso”. Me conmovió el cálido recibimiento de los rosarinos y la sensación de pertenencia inmediata que sentí. Me flasheó la idea de que uno pueda tener, lejos de su casa, un nido que se armó por internet. Partiendo de ese nivel de conmoción, emprendí el resto del viaje.
La ciudad me cautivó inmediatamente: es una especie de Buenos Aires hecha a escala en la que siempre sos protagonista. Es un poco más linda que Buenos Aires porque el río está en todos lados. Y uno no puede evitar darse cuenta de que el Monumento a la Bandera es mejor que el Obelisco, no tanto porque la comparación sea obvia sino porque los rosarinos no cierran el orto al respecto.
En Rosario todos se conocen con todos y todo queda a quince cuadras de todo. Me di cuenta la primera noche, cuando tuvimos el show en vivo de Las Inferiores. Fue un día de conocer a treinta personas de un tirón, y los próximos dos de re-conocerlas. Después del show, la dosis de adrenalina del escenario me dejó extasiada. Como el tiburón de Nemo cuando vuelve a oler sangre después de mucho tiempo. Habíamos quedado libres de responsabilidades, y en ese estado de euforia, se sucedieron los próximos dos días de #aventuras. Cambiaba la locación y la compañía, pero perduraba el sentimiento de estar viviendo algo que era distinto y especial. Me enamoré mil veces de mil cosas distintas. Colaboró bastante el hecho de que no estuve sobria en todo el fin de semana. Me tomé hasta los bordes.
En Rosario fui muy libre. Fui la versión de mí que más me gusta. La que es el alma de la fiesta, muy social, una entretenedora nata que no le tiene miedo a nada. Hablé de política y de medios mientras tomaba cerveza durante horas con gente que se dedica a lo mismo que yo, que tiene mis mismos intereses y un algoritmo bastante parecido. Caminé, bailé, contemplé. Fui a lo de Nano, mi amigo querido, una de las personas más graciosas que conocí en mi vida. Pude conocer la casa de mi gran amiga Martu, mi Turca, fiel lectora de este Substack (hola, culona). Pude conocer a Pancito, su gato, el gordo más panzón del Cono Sur. Pudimos hacer presenciales los mates, y pude recibir las máximas que me baja con la autoridad de alguien que me lleva casi diez años. Me siento contenida y a salvo en lo de Martu, me fumo un porro mientras me río y ella me mira y me dice, armándose un puchito “yo estas cagadas me las mandé para que mis pollitas no se las manden” refiriéndose a nosotras, sus amigas más jóvenes.
Pero en Rosario también sufrí. Cuando soy esa Sofi, la que inventó a Anacleta, la Sofía condensada, le doy rienda suelta a todo. Todo es mucho: hablo mucho, me río mucho, grito mucho, digo mucho. Y ante todo este despliegue de mí misma, recibí una versión de “te perjudicás” que me bajó a tierra de un hondazo. El cambio de registro fue muy fuerte. Me sentí como Adán y Eva cuando Dios los castigó con la vergüenza. Ay, no, estoy en bolas. Y no a todos les gusta lo que ven.
Al otro día, saltó el tema de conversación de mi Substack y alguien me dijo que pensaba que con estos textos me estaba exponiendo demasiado. “¿Cuál es la necesidad?” me preguntó. “¿Por qué lo hacés?”. Inmediatamente, me acordé de un mensaje que había recibido unas semanas atrás. Una conocida que, tras leer mis textos, me decía que, como puta, consideraba que yo me estaba exponiendo de más. Con cierta condescendencia, me dijo que estaba bien que hable del tema si lo que me salía era crear, pero que yo estaba hablando de un tema sin asumirlo del todo y sin pretender hacerlo. Que me iba a arrepentir, que iba a quedar manchada, que iba a tener consecuencias en mi vida personal y que me lo decía por experiencia. También vino a mí un comentario que me hizo otra conocida, cuando al reírme de la dualidad de mi Substack (desnudez del alma) y mi Only Fans (desnudez del cuerpo), me dijo, con cierta congoja, “me preocupa tu generación. ¿Te aseguraste de tener una cajita adentro tuyo donde tengas algo que te guardás solo para vos?”.
Me sentí más avergonzada. Expuesta, vulnerable, chiquita, gritona, rara. No sé por qué expongo tanto. No sé por qué soy cómo soy. Me sentí como cuando en la escuela íbamos de excursión a Capital y yo siempre vomitaba en el pasillo del micro porque despertarme temprano me marea. Todos los años lo mismo. “Sofi fue al baño y dejó olor, tapó la cañería y la reventó, ¿fuiste vos?” “Sí, ¡fue ella!”.
Es una de las sensaciones que más odio; la de sentirme una nena que tiene que reprimirse porque le dicen que está siendo mucho. Que está muy limada, que es raro ser tanto todo el tiempo. Que intenta guardarse el vómito pero que se le escapa por todos lados, en frente de todos. Y durante un rato me mantuve callada, neurótica y autoconsciente por demás, hasta que me volví a poner en pedo y se me olvidó por completo.
El último día, me quedé sola. Estaba con mis bolso y mi mochila suelta por la ciudad. Un chihuahua en Beverly Hills. El Chavo en Acapulco. El día estaba precioso, había un sol que rajaba la tierra, pero era el día de la madre, y todos tenían planes menos yo. Estaba lejos de casa y extrañaba mucho a mi mamá, y por el bajón de pasti emocional, la tristeza se sentía más profunda. Con poca batería y sin pasaje de vuelta, me fui a tomar una Pritty y a comer un pebete al río. Apenas me senté, me puse a llorar. Y durante un rato, la tristeza fue hermosa. Pero al rato, estaba triste en la terminal. Y ahí la tristeza fue absoluta. E inmediatamente entendí que era todo una cuestión de contrastes.
Por supuesto que iba a hacer 300 kilómetros y sentir el equivalente a un viaje de Ayahuasca. Vivo a oscuras, a veces no abro la persiana de mi pieza durante días. ¿Para qué? Si cuando me desperté ya estaba oscuro.
Me arde la cara
Estoy toda enviciada
Igual puedo ver hacia afuera
Con la ventana cerradaTengo agujeros diminutos
De luz en la pared
Un poco de aire fresco
Tres veces por mes
En Rosario me la pasé al sol. Nos tocó un fin de semana de verano perdido en el medio de octubre. También vivo aislada, reduciendo las interacciones humanas a las mínimas e indispensables para procurar no alarms and no surprises. En Rosario, me la pasé con gente. Charlando, riendo, debatiendo, coqueteando y culeando. Vivo encerrada, y en Rosario me la pasé suelta. Vivo fumada, y en Rosario también estuve fumada. Pero además estuve en pedo.
Me enamoré de mí en Rosario. Esa versión mía que es todo lo opuesto a lo que estoy siendo. Pero desde el momento en el que me subí al micro, no pude volver a evocar esa sensación. Yo creí que en Rosario había cambiado algo adentro mío, pero es imposible saberlo porque seguí haciendo lo mismo de siempre.
Llegó la segunda sesión con la psicóloga lacaniana. Le hice un resumen de lo que había vivido durante esos quince días y le dije que los únicos límites que había encontrado eran los externos. Cuando alguien me dice “no”. Que no conecto con ese límite precisamente como algo lindo, al contrario; lo enfrento como una nena a la que están retando. Pero que los últimos meses de mi vida constaron, básicamente, de encontrarle cada vez más y más el valor a esos límites, aunque aún soy incapaz de traspolarlo a la práctica. Me pidió que ejemplifique acerca de esos “límites externos”. Primero le mencioné el PEDO de Cata. Me pidió otro ejemplo y me acorde del que mencioné en el texto anterior, “el Ciclo”:
(...) tuve un pseudo brote que concluyó en que me suba a un taxi y vaya a declararle mi amor, completamente fuera de lugar, tiempo y espacio a una persona que amo y que me rechazó con la más grande sensibilidad y sensatez. Esta persona me aclaró en tres oportunidades: no escribas un Substack al respecto.
(...) Por eso luego de publicar un texto por semana durante un tiempo, recién estoy volviendo a escribir luego de diecinueve días de hiato. Solo un límite externo bastará para pararme.
(...) Es lo que Jere me dijo un día en nuestra cocina, mid-intervention, cuando hablaba de mi substack “vos y yo sabemos que a esos textos los vomitás”. Lo único que detuvo el vómito fue un límite de afuera. Alguien que quiero diciéndome “basta”. Sobre esto no escribas.
También le mencioné el límite de mis compañeros de Las Inferiores, intensificado por la figura del trabajo formal y por las cagadas que me mandé en el pasado reciente. Más allá de esos, le dije, no encontré más. No hay límites en mi vida. No los hay. No hay límite entre el día y la noche, ni entre los días, ni entre el estado alterado de conciencia y la sobriedad, ni entre el trabajo y la vida, ni entre los amigos y los conocidos, ni entre lo privado y lo público, ni entre los consejos que quiero recibir y los que solo me hacen dudar de mí misma, ni entre la vida y la muerte y la mierda y la sangre y la puta de tu vieja. Nada tiene límite, no hay límite, soy un desastre. Perdón.
Siempre le hablo como pidiéndole perdón. Perdón por ser tan autoconsciente, y a la vez, tan débil. Ella me dijo “fijate que en ese límite hay dos; hay un otro que te detiene, y estás vos, que efectivamente lo estás haciendo. Ahí hay una punta por donde empezar”. Aprecié el punto de vista y sentí algún tipo de alivio. Como cuando me dijeron que mi lavarropas podía llegar a tener arreglo.
Al rato, estaba hablando de nuevo de lo débil que me siento. De que soy esclava de mis impulsos, de que siempre estoy accediendo a lo que más placer me da en ese momento específico, sin mirar la bigger picture. Le dije “debería tener una especie de regla, hacer una pausa y contar hasta diez segundos antes de actuar”. Me detuvo, me dijo que ahora piense hasta la semana siguiente en la pausa. Yo pensé: qué ladri. Hice todo el laburo yo. Y entonces, me dijo: “La pausa se perdió en tu vida. Recordá que en la manía no hay pausa, y en la depresión todo es pausa”. Con esa frase volví a confiar en su profesionalismo. Nunca más voy a volver a dudar. Alguien que puede sintetizar así un concepto en una frase, debe tener un diploma. Quedamos en que iba a seguir buscando los bordes en mi vida, y también a incorporar la pausa. La terapia lacaniana es como el Chu Chu Ua. No te enfocás solo en el último concepto, sino que son acumulables. Brazos arriba, y puño cerrado, y dedos arriba.
Profecía autocumplida
Hace un mes recibí un mensaje por Telegram. Era de un mexicano que quería saber qué es lo que vendo. Le envié el “catálogo del culo de Anaclette”, una lista de cuatro o cinco cosas más explícitas que las que muestro en Only Fans. La lista culmina con el producto dorado: el video Tota. Como suele pasar, no leyó una mierda y me respondió “tienes videos XXX”, y yo le respondí “lo de la lista”.
Pero él siguió insistiendo, esta vez poniéndole número. Le dije que no. Me ofrecía más. Hasta ahora, una interacción normal. Los intercambios que acá menciono rápidamente en pos del ritmo narrativo fueron bastante espaciados en el tiempo. Además, suelo tener conversaciones del estilo varias veces por semana. Hay tipos que piensan que sí me grabo con otras personas y que les estoy diciendo que no para subirles el precio. Yo siempre les digo “eso acá no laburamos” como si fuese un ferretero.
En esos días estaba empezando a escribir el primer capítulo de la novela, que recién ahora estoy terminando. La primera etapa de escritura fue tortuosa. No quería escribir, cada línea me parecía peor que la anterior. Lo pateaba todo el día, siempre hasta el último momento. Cuando terminé el primer borrador casi vomito y me cago encima. Como Cata me había dado la regla de los quince minutos, fumaba y escuchaba videos de youtube, garabateando ideas sueltas en un cuaderno durante horas, mientras esperaba que el reloj del celular marcase las 23:45. A las 23:46, el día ya estaba perdido. Acepté, después de muchos años, que ese tipo de reglas no me funcionan. Lo intenté mil veces y nunca pude sostenerlo en el tiempo. No me sale pautar cuánto tiempo voy a hacer algo, prefiero registrarlo después de ya haberlo hecho. Si no, no se me para.
Todo cambió después del PEDO. Los días siguientes a la segunda reunión con Cata escribí como loca. Tenía una fluidez inédita. Entraba en el flow, y quería que llegara el día para enviarle el mensaje diciéndole que había avanzado. Mirá Cata, no solo avancé, sino que ahora el mundo de la novela es más rico, los personajes son más tridimensionales, la trama tiene más sentido. Mirá Cata, encontré el tono. El resto de mi vida seguía igual de desordenada (vaya lío, diría Martín Cirio), pero llegaba un momento del día -6 de la mañana para ser precisos, a exactamente una seca de quedar non verbal- en el que me sentaba en el escritorio a escribir y no paraba hasta que algo se cerraba. Cinco días consecutivos escribí durante horas, sin levantar el culo del asiento. Con ganas, con determinación.
Pasaban los días y el mundo de la novela, que previamente era un gran misterio, comenzaba a tomar forma y color en mi mente. Como uno de esos libros que cuando abrís se erige una figura de cartón, y de repente te das cuenta de que siempre estuvo ahí adentro. Solo que vos no podías darte cuenta.
Avanzaba, pero siempre teniendo en mente que estaba utilizando un quinto de mi potencial. Siendo negligente con mi salud y mi vida en casi todo sentido, y aún así, pudiendo emprender la gigantesca tarea de escribir una novela. Esta línea de pensamiento, por supuesto, termina calzando bárbaro para legitimar los hábitos destructivos. Con lo dañada que estoy, con lo mal que hago las cosas, mirá lo que puedo hacer. Paso de odiarme a sentirme orgullosa de mí. Mi cerebro se pone buenito y permisivo, de la nada. Mirá qué bien lo que hiciste, y con todo lo que te pasó. Te merecés darte un gustito. ¿Qué significa darte un gustito? Que hagas exactamente lo mismo que haces todos los días, pero esta vez sin culpa. ¿Por qué? Porque cumpliste con 1 (una) responsabilidad, porque yo decidí arbitrariamente que así sea, y porque me alimento con una rotación infinita de mate, nicotina, coca-cola, escitalopram de 20 miligramos y marihuana hace un año y medio. Auxilio.
A los días, se acercaba la fecha del vencimiento del alquiler y yo no tenía pedidos en telegram ni cash outs próximos de Only Fans. Vi el chat con el mexicano, que había dejado en stand by, y le respondí: tengo un video duchándome, uno haciéndome la paja y otro haciéndome otra paja. Estoy monetizando esos mismos tres videos en Telegram hace unas semanas, porque a mi celular se le reventó casi toda la pantalla y comprarme uno nuevo implicaría no gastar la plata compulsivamente, y eso acá no laburamos. Aparte me da miedo grabar un video nuevo y enviarlo sin llegar a ver que sale en plano, no sé, el espíritu de mi abuela Virginia. Momento raro para apersonarse por primera vez, pero quién sabe. Una no puede andar corriendo esos riesgos.
El mexicano me pidió pagarme por Mercado Pago. Le pasé alias, pero no pudo hacer transferencia. Tengo un mexicano sextero al que le genero links de Mercado Pago y me paga por ahí, pero a este mexicano nuevo tampoco le funcionó ese método. Le ofrecí Prex, pero no tenía. Me preguntó si tenía Paypal y le dije la verdad: no entiendo cómo funciona. Me abrí una cuenta hace años pero no cobré nunca nada por ahí. Cada vez que alguien me insiste con pagarme en PayPal, lo archivo. Él me respondió: solo necesito tu mail. Pero para ese entonces yo ya había perdido el interés en la conversación. Me cuesta cada vez más chatear si no estoy recibiendo dinero a cambio.
Seguí escribiendo. Además de preparar los primeros dos capítulos para enviárselos a la editora, también Cata me mandó a armar una estructura para la novela. Yo todavía estaba dividiendo en escenas, así que me habló en guionista: “hacete una escaleta”. Básicamente, tenía que pensar los grandes puntos de inflexión de cada uno de los actos, y ver qué pasa en el medio. Me dio esta tarea, sobre todo, para qué entendamos de qué va esta novela. Y para que la estructura me de más libertad para escribir, ya no sintiendo que sé menos de lo que pasa que los personajes.
Ya tenía el punto de inflexión del primer acto, y de a poco me acercaba al segundo. ¿Qué puede pasar al final del segundo acto? Algo que a Amanda, la protagonista, le de mucho miedo que pase. Y si Amanda es una versión ficcionalizada de mí misma. ¿Cuál es mi mayor miedo? Me vino una imagen a la cabeza, y escribí: “capítulo 15: Amanda está en el aeropuerto, triste por una despedida. De repente, todos los televisores del lugar reproducen videos suyos desnuda. Se metió con la gente equivocada, y ella se siente mortificada.”
Fue revelador, para mí, darme cuenta de que ese era uno de mis grandes miedos. Pero a la vez, tenía sentido. Soy muy abierta con mis contradicciones respecto a mi venta de contenido erótico. Lo llevo con ironía y con una disociación inducida y casi constante de la realidad, como a todo lo demás. Pero se ve que la puta consejera tenía razón: no lo asumo y no lo quiero asumir. Mis ambiciones artísticas -que, con éxito, concluyen en algún tipo de fama- no maridan bien con videos míos haciéndome la paja. Una artista respetable no se graba haciéndose la paja. Una puta lo hace. Y a veces la palabra “puta” opaca todas las demás.
A los días me volvió a hablar el mexicano. Insistía con que si le pasaba mi mail me enviaba a PayPal. El video salía 100 dólares, y me dijo que me pasaba 107 por la comisión. Pensé que podía guardar esa guita para el alquiler y las expensas de noviembre, no sacarlas de PayPal hasta ese mismo día. Me resolvía la mitad del alquiler. Le pasé mi mail, pero en un rapto de lucidez, le dije “¿no querés mandarme 1 dólar así veo si se acredita, primero?”. Olía el peligro, pero era muy parecido al olor a faso. Al instante me llegó la notificación al gmail de que Isaac Rivera me había enviado 107 dólares. Ya era tarde. La instantánea dopamina de la guita fácil me hizo bajar la guardia y enviarle, confianzuda, el video. Veníamos hablando hace tantos días, que ya me había encariñado con el mexicano. A esta altura, me siento la Khaleesi de los pajines. Aprendí a quererlos, domarlos y a confiar en ellos. Él me dijo que le había encantado y que volvería a comprar.
La plata todavía no se había acreditado en mi PayPal cuando le envié el video. Nunca hice eso: enviarle un video a alguien sin tener sus datos de transferencia en la aplicación bancaria. Sabía que me la había mandado, pero no lo llegaba a racionalizar. No quería. Preferí googlear. La página de PayPal me reafirmó que el mail que me había enviado el comprobante era el oficial. Busqué ejemplos de comprobantes y lucían tal cual el de Isaac. Un artículo decía que cuando sos vendedor nuevo, a veces tarda hasta 21 días en acreditarse. Y no había forma de comunicarse con PayPal que no sea por teléfono, y yo soy centennial. Necesito prepararme mentalmente una semana para escuchar una voz en vivo a través de un aparato. Prefiero darle un beso negro a Lanata antes que llamar por teléfono.
En esos días de espera, me vuelve a hablar el mexicano. Quería saber qué otros videos tenía para venderle. Le dije: el de la ducha y el de paja que no viste. Te los dejo a los dos por 200 dólares. 170, me dijo, y te lo mando ahora mismo. “Alquiler y expensas pagas” pensé. Dejo todo en Paypal y el 1 de noviembre se acredita todo y soy Gardel. Le dije que sí. Inmediatamente, me volvió a llegar el comprobante: “Isaac Rivera te envía 170 dólares”. Qué capo sos Isaac, tomá dos videos míos.
No desconfiaba de él. Sabía, desde el minuto 1, que algo malo iba a pasar. Pero como es una sensación que subyace a casi todas las experiencias que vivo, no le presté atención. Decidí esperar. Dejar que pasen los días, lo cual no es difícil cuando vivís fumada. Pero Isaac volvió más pronto de lo que pensaba. “Te tengo un negocio” me dice. Le pregunté de qué se trataba. Me dijo que si me filmaba haciendo un pete me pagaría mucha, mucha plata. Le dije que no lo pensaba hacer, que le agradecía igual la oferta. Puso número. Le insistí “no lo hago, bb. Ah, y ¿tenés idea por qué no se me acreditó el dinero en PayPal? Quizás vos sabes mejor cómo funciona que yo, se ve que tengo un problema. Porque los comprobantes me llegaron bien”. Isaac escribía y borraba. Tardó un rato más en responder de lo usual. Y finalmente, por primera vez, Isaac me respondió en argentino.
La libertad del despojo
P: No hice ningún pago kuka vaga anda a laburar
Esa es la oración que le llevó dos minutos escribir. Y vos le enviaste no uno, no dos, sino tres videos en pelotas. No solo te estafaron, te estafó un reverendísimo idiota. ¿Cómo vas a ser tan pelotuda?
Y: Bien ahí. Me imaginé
P: El emperador milei vigila
Obvio.
Y: Caí como la mejor. Buena paja campeón
P: Y ahora difundo los videos en todos los grupos de telegram. Adio
Y: Bueno, hace lo que quieras
P: *gif de Milei*
Y: Jajaja, es un riesgo que corro al vivir de esto, ya hay un montón de cosas mías filtradas campeón. Pero no disfruto de la desgracia ajena.
P: Bueno, entonces no creo que te joda. Yo sí.
Y: Bien. Buena vida.
Sofía, sos una idiota. Sos una pelotuda de mierda. Vos sabías que iba a pasar esto desde el minuto cero, no podés ser tan estúpida. Y ahora te vas a manchar. Vas a ser una puta manchada y no vas a poder trabajar nunca más en ningún medio. Nadie te va a tomar en serio porque sos una puta de mierda y esos videos van a salir en todos lados y le van a llegar a mi papá y mi abuela no tiene celular pero lo van a pasar por la televisión. Y no sé como, pero mamá se va a enterar también. Va a volver aparecer paranormalmente pero esta vez para decirme “puta”. Tengo que cambiar el final del segundo acto del libro, porque ya me pasó a mí. Tengo que grabar videos nuevos, porque estos van a salir por todos lados y ya no van a tener valor alguno. Me quedé sin nada. Por quererlo todo, me quedé sin nada. Me quiero morir. Me quiero morir. Me quiero morir.
Identifiqué el espiral y salí. Abrí, temblando, el bloc de notas del celular y me puse a escribir un descargo para adelantarme a la catástrofe, que en mi mente iba a ser de dimensiones colosales. Hasta Barili iba a hablar del tema. “Miren que puta esta chica. Así están las cosas, país”. Escribía y temblaba y escribía y temblaba. Finalmente, terminé de redactar. Screenshoteé la conversación, y a menos de cinco minutos de que haya sucedido, la publiqué con el siguiente texto:
La primera regla de las putas es que primero se cobra. Se ve que todavía soy más codiciosa que puta y caí ante un libertario que me quería extorsionar. Así que si andan scrolleando y me ven toteándome, no sé, chin chin.
No me estoy victimizando. Desde el momento en el que decidí empezar a financiarme vendiendo contenido erótico asumí el riesgo de que todo lo que venda se filtre. Escribí ensayos hablando largo y tendido sobre todos los conflictos me trae ganarme la vida así -siendo una figura “””pública”””, y a la vez, todo lo que estoy creciendo como persona en este proceso.
Con este me engolosiné. Ajo y agua. Si lo expongo es porque sé que lo que busca esta persona justamente es callarme. La humillación y la extorsión tienen como finalidad la censura. Porque lo que odian, paradójicamente, es mi libertad.
Voy a seguir financiándome con mi ojete, voy a seguir haciendo arte, y voy a seguir opinando sobre este gobierno de re mil mierda. Me expuse solita a mi miedo más grande, y ahora que se cumplió, ya no le tengo miedo a nada. Y no hay nada peor, estimado gobierno, que tu enemigo no tenga ni miedo ni nada que perder. No pienso cerrar el orto. No cierren el orto, nunca cierren el orto.
Recuerdo que los cinco primeros likes se sintieron como cinco abrazos. Pero al rato, empezaron a llegar las citas, y decidí silenciar la conversación. No quería saber qué opinaban al respecto. Pero ya era tarde. El eje de conversación no era la extorsión sino el hecho de que yo tengo Only Fans. Mutuals de Twitter opinando con total libertad sobre el asunto porque ya había trascendido a tópico del día en twitter. Al ser un animal viejo de internet, yo sabía que al otro día todo pasaría a segundo plano. La noticia próxima se lleva a la anterior con tanta fuerza que la ves casi desaparecer. Como cuando escracharon a Miss Bolivia y a las horas se murió el Diego y todos nos olvidamos. Al día siguiente, por supuesto, mi ojete fue totalmente opacado por la estupidez de Pistarini.
Ese día quería hacer de cuenta que estaba bien. Ya está, me mandé la cagada, pero esto es para mejor. ¿Cuál es el peor de los escenarios? Que nadie más me quiera contratar en un medio. Bueno, no importa. Voy a ser la mejor escritora del mundo. Voy a vivir encerrada escribiendo, y si nadie me quiere, tampoco importa. Se escribe de a uno. Y me voy a mudar sola, lejos, como Iorio, y voy a vivir de escribir novelas.
Quería pensar en otra cosa y no podía. No podía dejar de darme vueltas el asunto en la mente y a la vez sentía que precisamente era eso lo que necesitaba. No tengo más nada que esconder. Soy así, soy esto, ahora todos lo saben. Antes solo algunos lo sabían. Y ahora todos lo saben. Saben que soy una puta, una puta de mierda. Se ve que no lo tengo tan asumido como pensaba. Porque si te tocan y te duele, es porque ya había una llaga ahí para empezar.
Entré en una negación maniática las siguientes horas. Seguí fumando porro y viendo streaming para escaparme del tema pero no podía. Puse Sería Increíble y empezaron a debatir sobre Only Fans. Puse 220 podcast y Quintín arrancó el programa diciendo “¿vos tenés alguna parte del cuerpo que sea tan buena que merece una red social propia?”. Puse Hay Algo Ahí y Rebord mencionaba con énfasis que todo el mundo tiene Only Fans. Decidí también cerrar youtube.
Y en ese momento, apareció él.
- Ey
- Holi
- ¿Cómo estás?
Here you come again, just when I’ve begun to get myself together. Nicolás no me sigue en ninguna red social pero me lee en twitter constantemente. También suele leer estos textos (hola, hijo de puta), sobre todo si sospecha que se tratan de él. Y como me conoce, reconoció por mi tweet lo mal que la estaba pasando. Yo estaba con él cuando decidí hacer OnlyFans. Y como mencioné en “¿Cuánto vale una Anacleta? Parte 1”, las primeras fotos y videos que subí a OnlyFans fueron fotos y videos que le había mandado a él. Un completo desconocido, hasta ese momento, que me había enamorado a 15.000 kilómetros de distancia. Que cuando finalmente decidí abrir OnlyFans, con miedo a perder el prestigio -aún no ganado-, me dijo “Tranquila, gorda. Solo agiganta la figura”.
Le dije que estaba mal. Que me sentía muy avergonzada, sobre todo, de lo que estaban diciendo de mí en Twitter. Él me dijo que no había leído nada, y que tampoco le importaba. Que me leyó a mí y quería saber cómo estaba yo. Le mandé un audio contándole un poco el asunto. “No me siento tan bien, Nico”. Me respondió con otro audio “chiquita. Se te escucha”. Y yo ya estaba adentro de nuevo.
Cuando vuelvo a hablar con Nico siento que estoy cometiendo un crimen. Nadie me puede descubrir. Estaba hablando por teléfono con él y entró Jere a la cocina y me fui, en pijama, al parque. Seguimos hablando sobre el asunto. Me preguntó qué consecuencias había tenido en la vida real, por fuera de internet. Pensé un momento y le dije: ninguna. Me dijo que la distinción entre vida virtual y vida real era muy importante. Que no las confunda entre sí y me relaje. Qué paradoja, mi amor, que seas justo vos el que me lo diga.
Como había estado despierta más de 24 horas, me fui a dormir sin alarma. Y cuando me desperté, le di de comer a la gata y me volví a dormir. Y cuando me volví a despertar, hice lo mismo. Y finalmente decidí levantarme, un día más tarde.
Lo malo es que todo el mundo sabe que tengo Only Fans, pero lo bueno es que todo el mundo sabe que tengo Only Fans. Abrí el telegram y los usuales 10 mensajes sin leer habían subido a 100. El hilo sirvió de publicidad de una manera que no podría haber orquestado. Pude pagar el alquiler y las expensas en fecha. Pude asegurarme de que el negocio siga funcionando sin publicidad, hasta que yo lo desee.
Volví a abrir Twitter y publiqué algo. En ese momento, recibí una videollamada de Martu. Tengo toda la pantalla del celular reventada, pero igual atendí. “Si no escuchás mi audio, te voy a llamar” me dijo en rosarino. Y lo aprecié más de lo que puedo llegar a explicar. Dos minutos de charla con la Turca me dieron perspectiva, bienestar y contención, no tan polémica como cuando viene de Nico.
Sin embargo, también había vuelto el libertario. Me mandaba mensajes diciéndome “ganó Trump, llorala kuka” y “bajó la inflación, el riesgo país, y el dólar. Llorala kuka”. Me dieron ganas de denunciarlo, no por lo que me había hecho, si no por pelotudo. Siempre quise mandar en cana a alguien por idiota. Pero denunciar es una de esas cosas que yo esperaba no tener que hacer nunca en mi vida. No porque no quiera que me pase nada, si no porque me dan mucha paja los trámites. Pero cuando volví a entrar a Twitter, me di cuenta de que eso era lo que el resto quería que hiciera. Entonces les hice caso.
Llamé al 144 por recomendación de una seguidora. Me atendió una chica joven. Le empecé a comentar lo que me había pasado. Me escuchó y finalmente me dijo “no es tu culpa esto, Sofi. Una cree que lo es, pero lo que te hicieron sobrepasa muchísimo los límites de la venta de contenido. Es un delito. Varios, de hecho” y me puse a llorar. De angustia y de agradecimiento. Seguí hablando con ella mientras lloraba, sin sentir vergüenza, como cuando uno llora con el terapeuta. Me pasó el número de la fiscalía y me preguntó si yo tenía contención. Le dije que sí, pero aún así me envió un recurso gratuito al que podíamos acceder las víctimas de estos delitos. Le agradecí mucho y corté.
Fue catártica la conversación. Necesitaba que una voz me diga eso. Me dijo que era complicado el proceso de la denuncia porque yo solo tenía el usuario de Telegram, pero que podía hacerse perfectamente. Llamé a la fiscalía y había tres personas antes. Volví a intentar a la noche, y me atendió un hombre joven. Le comenté lo que me había pasado. Me dijo, muy cortante, que no era delito. “La filtración es legal porque el contenido se lo vendiste vos” me dijo. Le faltó decirme “no me conmueve”. Le insistí con lo que me dijeron en el 144, que en principio el delito de estafa era obvio. “Bueno, te lo tomo como estafa si querés ¿Qué datos tenés sobre él? “ “El usuario de Telegram, nada más. Y las conversaciones” “Bah, eso no sirve de nada. Bueno…”. Siguió pidiéndome mis datos. Cuando terminamos y me dijo que la denuncia estaba tomada, decidí cerrar la conversación yo “gracias, y también gracias por la empatía, eh. Andate bien a la concha de tu madre” y corté.
Como había hecho todo público, decidí también twittear sobre el asunto:
Llamé al 144 hoy. Con muchísima contención me ayudaron a entender que lo que me había pasado no era mi culpa y que es efectivamente un delito. Me puse a llorar hablando con la mina. Me derivó a la fiscalía. Después de probar todo el día me atendió un chabón que de muy de mala gana me dijo que no era delito. Le insistí y me tomó la denuncia sin parar de ningunearme. Lo mandé bien a la concha de su madre y corté. Así que creo que voy a proceder con la justicia paralegal.
Esta vez decidí leer lo que me respondían. La gente me insistía con que denuncie. “Pero denunciá, la concha de tu madre” “Denuncia, si no lo va a seguir haciendo”. ¿Y va a ser mi culpa? ¿Ahora yo tengo la culpa de lo que haga este esmegma de autismo? Me di cuenta de que si seguía con la denuncia iba a ser por el resto y no por mí. No quiero seguir por una vía judicial, no tengo datos suficientes sobre el tipo, ni energía ni ganas de seguir dándole vueltas a este tema. Además, la presión para denunciar -o para que lo doxxee públicamente, cosa que si hubiese tenido sus datos hubiese hecho- no tenía nada que ver conmigo. Querían que les traiga una cabeza.
Como no hay justicia, no hay plata, no hay futuro y no hay nada, nos contentamos con doxxearnos mutuamente de lado a lado, haciendo justicia por mano propia y sintiéndonos bien, de este lado, cuando vemos a un libertario sumido en la desgracia. Cuando nos podemos burlar todos juntos de un Pistarini, con nombre y apellido. Quizá Milei haya orquestado esto cuando craneaba su gran estafa piramidal. Seguro que en sus árboles decisorios contempló que el eslabón más bajo, los libertarios pobres, tristes y aislados de internet, sus talibanes virtuales, sean doxxeados sin más para paliar el malestar y la necesidad de justicia. Y cuando eso sucede, los descarta de su manada, se desconoce de ellos totalmente. Pero yo soy ellos. Yo bien podría haber nacido tipo y ser un libertario con OnlyFans adicto a la timba. Me tocó nacer mujer y ser una peronista con OnlyFans adicta al porro. Pero al igual que ellos, estoy sola. Y estoy aislada. Y crónicamente online. Pero no quiero seguir sumando a esa cacería vacía, cruel e idiota. Quiero hacer algo.
La libertad que te da que se cumpla el miedo más grande que tenés es esclarecedora. Ves las cosas por lo que son. Veo a la gente que toma como eje de conversación el hecho de que yo tenga OnlyFans y hace juicios de valor al respecto. Veo a la gente que me presiona a denunciar para sentir ellos que existe algún tipo de justicia, sin importarles mi bienestar. Veo a la gente que me lee, efectivamente, y me acerca su hombro, sus palabras, ya sea me conozcan en la vida real o no. Veo también que este sistema está hecho para que cada uno muera avergonzado y callado en la suya. Sintiendo que no se puede hacer nada. Y estoy llena de odio, y no me lo quiero tragar más. Quiero hacer algo al respecto. Quiero militar por causas que me importan. No por internet -eso no es militar-, quiero poner el cuerpo. Quiero dejar el porro y volver a mi eje, para transformar la realidad en piezas artísticas digeribles -la psicóloga me preguntó ¿qué te hizo levantarte de la cama después de un día? y le dije: un doc en blanco-. Quiero hacer cosas, y ya no tengo miedo. ¿Me miran todos? Bueno, miren lo que puedo hacer.
Arranqué a leerlo y no pude parar hasta el final, sos muy buena, Sofi. Lamento profundamente lo del falso mexicano libertario, te mando un abrazote substackero🩷. Espero que sigas escribiendo mucho, que todo salga bien con la novela y que en momentos oscuros recuerdes que tenés una capacidad increíble para sublimar experiencias y pensamientos en textos, y que siempre va a haber mexicanoides libervirgos del orto pero también mucha gente increíble que te quiere y que te va a bancar y a abrazar.
Quiero leer esa novela! O lo que tengas. Me alegra mucho cuando alguien se anima a hacer una novela, con los riesgos y el tiempo que lleva.
Me encanta como escribis, no pares.
Así como conociste a una lectora en Rosario, si un día te pasas por San Telmo, te estaré esperando con una birra para hablar de boludeces, que es la mejor forma de pasar el tiempo. Aguante vos Sofi. Y Anacleta también.